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Termino de vestirme; me puse mi absurda camisa a botones, con pantalón de dril y zapatos para oficina.

Me veo al espejo y me siento ridículo. ¿Cómo pude cambiar mi estilo por un trabajo de oficina?

Voy a la cocina y en eso te encuentro comiendo en la sala, con un tazón de leche y cereal entre las manos, viendo a la nada y comiendo con desgana; de nuevo me dejaste sin desayuno.

—Gracias —murmuro con desánimo. Sólo hiciste un gesto con la cabeza, no dijiste nada, como siempre.

Quise reclamarte pero no me gusta pelear contigo ya que siempre suelo ser el que lleva las de perder. 

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora