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Nos fuimos del mirador, ya era muy tarde, casi las doce de la noche. Esa vez yo conduje de vuelta.

Me gustaba sentir tus manos en mi abdomen, te gustaba desabrochar mi camisa y tocar mi piel, lo que en algunas ocasiones no me dejaba concentrar al manejar, pero igual esa vez no me distraje, estaba preocupado por ti.

—Sé que me quieres decir algo, por favor dímelo —te dije mientras conducía.

—No es nada en serio —respondiste, mientras aferrabas más las manos en mi piel.

—Cualquier cosa, lo que sea, te escucharé, por favor. —insistí.

—No es nada. —Noté como tu voz se quebraba; te alteraste.

Traté de detenerme; la carretera no se veía bien por lo que tuve que seguir hasta encontrar un lugar iluminado para estacionar, pero nunca lo hubo.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora