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Reías con alguien más a tu lado, sonreías de nuevo y eso me mataba por dentro. Me encantaba verte feliz, eso no era lo malo; lo malo era que el causante de tus risas. Era ese tipo con el que te vi aquella vez en el bar, aquella ave de carroña que no te quitaba los ojos de encima.

Sentía ese odio desmedido, quería matarlo a golpes, aunque en el fondo era feliz de ya no verte sufrir. Era una paradoja lo que quería hacer que al final me decidí. ¿Estaba dispuesto a perderte?... No lo estaba.

No te imaginé en un futuro siendo la madre de mis hijos ni mucho menos, te imaginé en mi futuro siendo quien ocupaba mis besos, siendo la persona que quería que me recibiera todos los días con un abrazo, porque amar era ahora o nunca y por eso no pensaba en un futuro. Te amaba sin medida, te quería demasiado, me dejabas en vela y pensativo todo el día, no podía despejar la mente en otra cosa, ni siquiera en mi guitarra quien se volvió mi peor enemiga cuando la tocaba porque me recordaba a ti.

Tocar la guitarra era como desprenderme el alma a pedazos, dejando en cada destrozo una lágrima. Nunca había llorado y por ti lo hice, eras todo para mí aunque nunca te lo demostré. Pero como dije antes, la gente cambia y tú me reformaste.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora