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Desperté en la sala de un hospital, olía a flores de ambientador y a desinfectante. Tenía un pequeño bulto recostado justo a mi lado, reconocía aquel cabello con hilos blancos adornándolo; esa era mi madre que dormía a mi lado.

Al moverme la desperté, vi la preocupación en su rostro. Ella me abrazó, con lágrimas en los ojos, pero lo malo es que no podía tocar su rostro, tenía las manos vendadas y aunque trataba de mover los dedos, no sentía nada, solo un ardor intenso.

Supe que dormías en la sala de espera. Al momento de entrar vi tus ojos empañados en lágrimas, tu cabello desordenado y sufriendo de nuevo por mí.

En ese momento cuando te vi, hice todo lo posible por levantarme de la camilla, aunque el dolor me lo impedía. Quería hacerte ver que estaba bien y que nada malo pasaría conmigo. Sonreíste cuando me viste de pie, con la bata del hospital y los cables de la intravenosa pegados a mis brazos. Te recibí con un fuerte abrazo y un beso en la frente, prometiéndote que nunca más volverías a llorar por mi culpa.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora