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Al salir me soltaste, y empezaste a caminar calle arriba, yo te seguía sin saber qué decir, si, como un idiota, observando tu silueta iluminada tenuemente por la luz de las farolas, viendo resplandecer de momento tus cabellos y contoneando las caderas, provocándome de nuevo.

No llegué a verte como algo carnal, como algo de una noche de cama, te vi como la persona a la cual mis manos querían explorar, la persona a la que mi boca quería tener de nuevo el privilegio de sentir la suavidad de tus pequeños y gruesos labios.

Me llevaste lejos de todo y confuso paré mi marcha.

—¿Por qué me buscaste? —te pregunté.

Dejaste de caminar, no me volviste a ver, no hiciste nada, solo te quedaste ahí, inmóvil, y yo, con el corazón en la mano.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora