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Tu padre, Alberto, era el generoso. Tu madre, Martha, era la serpiente ponzoñosa. Recuerdo que dialogamos, aunque fue incomodo, tu padre fue el que más habló, tu sabio padre que me hizo abrir los ojos.

—Nunca vi a Elena tan triste —me decía—. Ella siempre ha sido honesta y feliz pero contigo cambió, se mostraba más espontánea y no dejaba de sorprendernos a mí y a mi esposa. Ella siempre es cambiante pero, luego de la discusión, que por cierto lamento que pasara.

—No se preocupe...

—... Supe desde ese momento que lo de ustedes no era un amor de juventud, era un amor de por vida.

Sonreí por dentro. Tu viejo era alguien culto a quien escuché atentamente hasta que la amargura se fue de mí. Al final me fui de tu casa, dejando atrás todo. Sólo quería que fueras feliz y ese viejo canoso me dio a entender que tenía que luchar por ti, pero como todo un galán.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora