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Terminamos cansados, viéndonos el uno al otro, en la estrechez de un sofá, sin perturbaciones, sin problemas que nos aquejaran, lejos del mundo y sumidos en las ganas de seguir amándonos.

Con nuestra entrega, tú te volviste más que perfecta para mí, no había comparación igual, esa era la pieza del rompecabezas que me hacía falta para jamás dejarte ir, para luchar hasta con mis propios ideales sólo por el placer de tenerte en mis brazos, con ropa o sin ropa, sintiéndote siempre conmigo.

Nos costó vernos a la cara luego de haber compartido nuestra piel y nuestros besos más allá de donde nunca habían llegado. Reías apenada cada que me veías a los ojos, yo sólo me deleitaba viendo tu hermosura y la textura tu piel que quería arrancarte con cada beso.

No quería dejarte, recuerdo que te pedí mil perdones y esa misma noche, luego de hacer el amor una y otra vez, te llevé a tu casa, sin importar la rabieta que tu madre había armado cuando me vio.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora