48

2.8K 336 10
                                    

Era de noche, llovía a cántaros; no me importaba. Con mi guitarra en mano empecé a tocar, como aquellas canciones, como en el antes, como los poetas incomprendidos. Te di una serenata al pie de tu casa, bajo tu ventana.

Canté nuestra canción y otras más, canté hasta que mis lágrimas se fundían con la lluvia y mi guitarra quedó inservible. Te canté a ti y lo irónico es que la serenata la escuchó medio mundo menos tú.

Tu padre salió de casa y me llamó la atención.

—¿Está Elena? —le pregunté decidido.

—Ella salió —respondió él.

—¿Sabe con quién?

—Con un chico llamado Ricardo... —Y con eso mi corazón terminó de destrozarse.

Al principio reí, no por lo jocoso del momento perdido al cantarle a una habitación vaciá, sino porque ya estabas rehaciendo tu corazón, pero no conmigo.

Caminé para irme pero tu padre me detuvo.

—Espera muchacho, pasa. —Sin rehusarme acepté su invitación. Fue ahí cuando supe que no todos eran ogros, que igualmente juzgué sin conocer, así como yo pensé que tus padres hacían conmigo.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora