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Me habías callado la boca de la misma forma que yo lo hice contigo. Quedé perdido. ¿Estaba pasando de verdad?

Me costó al principio creerlo puesto que para ti era difícil mantenerte de puntas para alcanzarme los labios. "¡Mierda!" dije mentalmente.

Mi instinto fue el que reaccionó y sin importame tu reacción te tomé de la cintura, enrollando mis brazos en ella; te alcé de un jalón y te besé con ganas, de la misma manera que alguien besaría a su amada cuando hacía mucho tiempo no la veía.

Temblabas; pude sentir tu pecho agitado, pegado al mío. Estabas nerviosa igual que yo, no sé cómo saqué fuerzas para sostenerte.

Cerrar los ojos mientras besas es la mejor sensación, no sólo tus labios se deleitan con la caricia húmeda de otros que corresponden tu gesto, sino que sientes con más delirio cada caricia, cada roce.

Sentía con más furor los dedos de aquellas delicadas manos que se enrollaban detrás de mí cuello, como tus pies temblaban y pensaba que se partirían en dos. Como mi piel se volvía tan sensible que hasta el más ligero roce me erizaba cada vello; eso fue lo mejor que pudiste haberme dado.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora