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Lo malo de tenerte era aquel que te echaba el ojo. Después de eso me volví más celoso, pero tú no sabías. Tenía celos de compartirte, de que rieras con otro sujeto que no fuera yo.

Recuerdo que hablaste con Ricardo, con el tipo con el que salías, y le dijiste que me amabas a mí; eso me hizo creer más en ti, en confiar en ti y amarte más, aunque al tal Ricardo no le pareció.

Una de tantas noches, luego de dejarte en tu casa, mientras caminaba rumbo a la mía, a ese que sentenciaste como un amigo, me buscó y no con intenciones de querer hablar. Estaba celoso ya que de todas formas yo gané la batalla, te tenía a ti. A él no le gustó que tú me escogieras y en vez de hacer borrón y cuenta nueva se enfrentó conmigo, y no fue uno, sino cinco más.

Traté de defenderme como pude, logré partirle la nariz a tu amigo y a otros dos los dejé con moretones en la cara. Aun así no bastó para sacármelos de encima.

Lo último que recuerdo de la golpiza fueron las palabras hirientes de un hombre rencoroso.

—La tendrás a ella, pero a ver si vives sin tu música. —Y con estas palabras vi como pisó una y otra vez mis manos, hasta destruir cada hueso en ellas.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora