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Al otro día amanecí con ganas de salir de casa corriendo y dejarlo todo atrás, quería caminar, así como ahora, andar por las calles sin rumbo fijo, perdido en un mar de sentimientos y recuerdos.

Ese día salí temprano, no fui a la universidad. Duré todo el día afuera y me acordé que tenía hogar hasta que el crepúsculo apareció. No llevé nada que me perturbara, sólo mi viejo reproductor para poner música.

Esa sensación de querer llorar y no poder porque no quieres captar las miradas de la gente, me pasó varias veces en mi caminata. Tus enormes ojos tan brillantes llenos de vida, tu sonrisa pícara, casual, fresca, tantas sonrisas que hacías quedaron grabados en mi memoria.

Los abrazos compartidos, incluso el más pequeño, fueron tan detallados en mi mente que me fue difícil creer que eran un simple recuerdo. Todo eso inmortalicé porque tú estabas en mí.

Llegué a casa normal, mi madre se preocupó por mí pero no me percaté; al llegar a mi cuarto me hundí de nuevo en la ventana de mi habitación viendo hacia el cielo y llorando tu ausencia.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora