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Metí la guitarra y traté de cerrar la puerta, lo que el dolor que me comprimía el pecho me lo permitía, cabizbajo y conteniendo las lágrimas que querían desbordarse.

Pero como dije antes, y como siempre pensé, tú eras todo para mí, y yo la patética cosa a tu lado.

Estando a punto de cerrar, algo o más bien alguien, me detuvo.

—¡Eres un idiota, Sebastian! —me gritaste con la voz entrecortada. Por reflejo di un paso atrás mientras veía la puerta abrirse de golpe. Tú, con tus ojos empañados y la furia misma reflejada en tu rostro, me abofeteaste.

Quedé perplejo. ¿Qué había hecho para que te sintieras así.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora