Benevolencia

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Reyna hizo lo primero que le llegó a la mente. Arrodillarse. La Pretor nunca llegó a imaginar que tuviera tanto en común (físicamente hablando) con su madre.

—Pónganse de pie, niñas.— Dijo la diosa.

Hazel y Reyna se pusieron de pie, sin solarse una a la otra. Hazel apretó con fuerza la empuñadura de su spatha.

—¿Qué hace usted aquí, Belona? Es toda una sorpresa, emm...conocerla.—

—¿De veras, Reyna? ¿No hemos tenido el chance de conocernos y ya rápido vienes con tantas formalidades? Háblame, no tengas miedo.—

Reyna y Hazel intercambiaron miradas. Ellas no se esperaban que Belona fuera tan casual.

—¿Qué quiere que le diga, madre? A penas nos conocemos, el único contacto que tuvimos fue durante la misión de la estatua...y ni siquiera te vi.—

Belona sonrió con dolor y apretó su espada.
—Los dioses romanos somos un tanto...apartados ¿no lo crees?—

Hazel asintió y Reyna observó el piso. La Pretor sentía coraje, enojo, ira. Su madre podía haberse aparecido tanto tiempo atrás. Antes de haberle disparado a su padre, cuando los piratas las secuestraron a ella y a Hylla, cuando Jason desapareció, etcétera...

—Hazel, ¿nos disculpas unos momentos? Debo hablar con mi hija.—

Hazel asintió y dio un paso atrás. Reyna la miró en modo "Ayuda" pero la hija de Plutón sabía que esto era algo que Reyna debía hacer sola.

•••

—No he estado tan separada de ti, Reyna. Siempre he estado vigilándote.— Dijo Belona mientras caminaban por esa costa.

Reyna observó el mar.  —Supongo que siempre he sabido que has estado ahí, pero muy pocas veces he sentido tu poder.—

Belona apretó los labios. —Venus me habló de tu-

—Oh, por favor, corta el tema.—

La diosa de la guerra rió y observó a Reyna, quien la observó perpleja. Su madre había estado al pendiente de ella.

—Aunque también me habló de ese chico egipcio.—

Mierda.

—Ah, que bien.—

Belona desenvainó su daga y le pidió a Reyna que extendiera su mano derecha. Reyna siguió las órdenes y vio como su madre le hizo una pequeña incisión en la palma de su mano.

—Ouch, ¿Qué haces?—

—Una pequeña, pero dolorosa bendición. Podrás ver los sacrificios de los demás y también sentirlos. Buena suerte, Reyna Ávila Ramírez Arellano.—

Reyna observó como su sangre bajaba por su mano. Cuando alzó la vista su madre no se encontraba por ninguna parte. Escuchó pasos tras ella pero era solamente Hazel Levesque acercándose.

—¿Nos vamos, Rey?—

Reyna alzó la vista hacia el cielo y dijo:

—Sí. Ya vámonos.—

Nobles AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora