Lento y contento

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Según el reloj de Percy, los semidioses llevaban caminando más de seis horas y no había rastro de Quíone o sus monstruos.

—Esto no me gusta para nada.— Murmuró Frank.

Él era el último, velaba que nadie si quedase atrás.

—A mi tampoco.— Comentó Percy, rozando su pulgar contra Contracorriente.

—Quíone no hasta energías en monstruos.— Dijo Leo, él había estado muy callado últimamente. —Además; no soy un genio o nada, pero todos aquí saben que nuestro peor enemigo es nuestra propia mente.—

—Oye, gracias.— Dijo Percy sarcásticamente.

—No especifiqué, Jackson. Quíone también jugó sucio conmigo.—

—Con todos...— Susurró Piper.

—Callados.—Los ordenó Hazel.

—¿Qué? ¿porqué?—

Hazel señaló con su dedo el techo y Annabeth estuvo a punto de gritar si no hubiera sido porque Jason le cubrió la boca. El techo de ese pasillo estaba repleto de arañas y tarántulas del tamaño de conejos. Derrotaste a Aracne, tonta. Puedes con esto, pensó.

—Leo...— Annabeth susurró con un hilo de voz. —El fuego es bueno ahora.—

—Tal vez si nos movemos despacio no se percatarán de que estamos aquí.— Susurró Hazel.

Los Siete comenzaron a caminar diez veces más lento de lo normal cuando de repente el reloj de Percy comenzó a hacer el molestoso beep que volvió a las arañas locas. Frank rápidamente se transformó en un lobo gigante y los sacó a todos de ahí a medida que Piper lanzaba comida desde su cornucopia y Leo fuego.

De repente las arañas desaparecieron como por arte de magia. Frank volvió a su figura humana.

—¿Qué diablos?— Exclamó Piper.

—Oye, Leo, deja de correr tus dedos por mi espalda.— Se quejó Jason.

—Yo no estoy haciendo nada!—

—¡Pues quien sea, para!—

Cuando Jason se volteó todos quisieron gritar de horror. Una enorme tarántula correteaba por la espalda de Jason. Percy, con la punta de su espada, la hizo caer al suelo y la pisó con fuerza. Al Jason voltearse no pudo evitar sentir asco.

–Eww.— Dijo Hazel.

Todos asintieron y siguieron caminando.

—Solo...sigamos caminando.— Dijo Hazel, ella estaba intentando mantener la calma en el grupo. —O creo que es mejor descansar.—

—¿En un sitio así?— Dijo Piper, mirando horrorizada los pasillos de piedra.

Percy asintió y todos se sentaron en el suelo. Hazel se había ofrecido a hacer la primera guardia, pero todos se negaron ya que la necesitaban con energías para que los siguiera guiando hasta donde estuviera Quíone. Frank y Leo fueron quienes se quedaron despiertos.

—¿Porqué no duermes?— Preguntó Frank.

—Intenta regresar de los muertos y luego dormir, es como si quisieran que volvieras a ellos.—

Frank tensó su arco aunque no hubiera ninguna amenaza, simplemente reflexionando acerca de las palabras de su amigo. En lo mucho que la muerte lo había afectado.

—¿Cómo se siente?— Preguntó Percy.

Frank lo hacía dormido, pero él estaba ahí, jugando con su bolígrafo.

—¿Cómo se siente qué?— Preguntó Frank.

—Ser normal hasta los dieciséis.—

Frank intentó recordar su vida en Canadá con la abuela Zhang y su madre Emily.

—Es un sentimiento que no puedo explicar. Se siente bien, pero cuando te vas a dormir en la noche miras el techo de tu habitación pensando porqué tu vida está vacía y no tiene sentido. Tal vez ser semidiós es lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida. No podría imaginarme otra cosa que no sea ser semidiós.—

—¿Ni siquiera una iguana?—

Tenía que ser Leo, pensó Frank.

—No, Leo. Me gusta ser una iguana.—

Percy pensó en sus palabras un rato. Le hacían sentido en cierto modo.

—Conozco esa mirada, estás deprimido, ¿Qué sucede?— Preguntó Frank.

—Solamente quiero un día sin preocupaciones.— Suspiró Percy. —He aprendido a amar la vida de semidiós, pero creo que no he aprendido a vivir sin el constante y punzante dolor de saber que en cualquier momento uno de mis amigos morirá y sé que por más héroe que parezca no podré salvarle la vida. Quisiera que por un solo día estuviéramos a salvo.—

Leo puso una mano sobre su hombro y lo apretó fuertemente.

—Tan pronto sea verano, múdate a Nueva Roma.— Dijo Frank. —Ahí podrás hallar tu tan preciada paz. Créeme, es la mejor opción.—

Leo susurró algo que Percy no alcanzó a oír.

—¿Qué dijiste?—

—Calipso me había dicho algo anoche, algo que dependiendo de la perspectiva podría ser una buena noticia o una mala: Dijo que esta sería la última misión grande de nosotros. Que después de derrotar a Quíone habría un gran tiempo de paz que hasta nuestros hijos verían.—

Percy y Frank intercambiaron miradas de esperanza. —Ojalá sea eso cierto, pero hay algo ahí. Dijo que habría un tiempo de paz, pero no dijo a qué precio.–

Nobles AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora