Mas que simples pesadillas

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Annabeth amaba a Percy más que a nadie en este mundo, pero odiaba sentirse débil. Odiaba tener que sacar su walkie-talkie y preguntarle si podía ir a dormir a su cabaña. Odiaba los constantes recuerdos vividos del Tártaro. Pero lo que Annabeth no sabía era que le hacía un gran favor a Percy despertándolo. Ella siempre llegaba en el momento en el cual Percy perdía toda esperanza y comenzaba a pensar que esas pesadillas eran reales. Ella estaba ahí para cuando Percy despertaba llorando y empapado en frio sudor. Ella estaba ahí. Evidenciando el hecho que no volverían al Tártaro nunca más. Ella estaba ahí en sus brazos abrazándolo como si fuera su almohada. —Te amo, Annabeth Chase.— Susurró, antes de dormir y tener el sueño más loco de su vida.

El hijo de Poseidón soñó con un laberinto de hielo rojo en el cual estaban plasmado sus más grandes pesadillas desde que él era un chiquillo aterrado subiendo la Colina Mestiza. —¿Annabeth?— Percy preguntó, obviamente asustado. -Perseo...- Dijo una voz. Esta voz no era Annabeth, eso era algo obvio. Sonaba helada, dormida, inclusive aburrida. Percy pensó que tal vez era Gea, pero eso era imposible, la Madre Tierra no tenía conciencia hasta dentro de unos millones de años más. - ¿La buscabas, Perseo?- Percy enfocó su vista, unos metros más adelante se encontraba Annabeth al borde de un acantilado.

—¿Percy, eres tú?

Annabeth preguntó. La historia se repetía. Annabeth estaba completamente ciega, como justo cuando estaban en el Tártaro. Ella se encontraba llorando, inclusive en la distancia él podía ver sus ojos acuosos, rojos y cristalizados. — Annabeth, no te muevas. Iré en camino.— Percy advirtió.

-No lo creo.- Dijo La Voz. El camino por el cual Percy andaba se derrumbó, pero Annabeth fue lo suficientemente lista como para brincar a tiempo. Cuando Percy estaba por tomarla en brazos una ráfaga de viento se la llevó y Percy cayó. Algo extraño sucedió en ese momento; todo lo que Percy podía ver era a Annabeth cayendo al vacío con una gran mancha roja en su pecho. El pánico lo invadió casi al instante, y no pudo evitar gritar su nombre. —¡Annabeth! ¡Annabeth!—

-Oh, pobre héroe.- Dijo La Voz. -La has perdido para siempre. Ahora si caigo en el Tártaro, ustedes y el hijo del fuego irán conmigo otra vez.- La imagen cambio y Percy se vio en una habitación negra hecha en piedra con Annabeth encadenada a su cuerpo. —¿Annabeth? ¡Annabeth, respóndeme! ¡Annabeth!— Gritaba una y otra vez. Era una daga. La herida que le causó la muerte había sido una daga. -Ahora, Perseo Jackson, estas atado a tu debilidad. A lo único que podría matarte. Su cuerpo nunca se pudrirá y tú nunca morirás. El amor siempre ha sido la debilidad de todos los héroes.- A Percy le importaba un carajo esa voz. A él todo lo que le improbaba era Annabeth. Percy comenzó a abrazarla y gritar su nombre una y otra vez. — ¡Annabeth, por favor, respóndeme!— Él lloró. —¡Annabeth! ¡Annabeth! Annabeth, no me dejes. Annabeth, por favor, soy tu Sesos de Alga. Por favor...nuestro futuro. ¡Nuestro futuro juntos! ¡Ibas a ser una arquitecta! Reconstruías el Olimpo. Annabeth...Annabeth.— Percy besó sus labios esperando una mordida, un beso en respuesta, algo que le indicara que no todo estaba perdido, pero todos los esfuerzos eran inútiles. Ella se había ido.

-Oh, Perseo. Los héroes nunca tendrán un final feliz. Ese siempre será el precio a pagar.-Una extraña fuerza lo sacó de ese sueño, Percy se despertó gritando el nombre de la rubia. —¡Annabeth!— Annabeth rápidamente se despertó y tomó su rostro entre sus manos.

—¿Percy, qué sucede?— Él acaricio sus muñecas y la observó con los ojos llenos de lágrimas. Ella traía puesta el camisón de Star Wars que le había robado de su armario, traía el cabello enmarañado y sus ojos color tormenta mostraban preocupación. Annabeth le secó las lágrimas.

—¿Qué sucedió?—

Percy no dijo nada y simplemente la abrazó. Luego de un sollozo él se separó de ella y por fin pudo decir unas palabras ahogadas.

—Sabes que he tenido sueños horribles desde que salimos del Tártaro, pero este fue horrible. Este superaba a todo lo demás.—

—¿Con qué soñaste esta vez?—Ella preguntó abrazando sus rodillas.

—No era un qué era un quién. Había una voz femenina que me hablaba.—

—¿Nyx?

—No. Esta era diferente. Nunca la he escuchado antes. Hablaba de que el amor era la debilidad de todo héroe— Percy le acaricio la mejilla. —...Estaba en un laberinto de hielo rojo, tú estabas ciega, la voz decía todo eso...juré que mencionó a Leo.—

Los ojos de Annabeth se abrieron como platos. Ninguno de los campistas le hallaba sentido a la súbdita muerte del hijo de Hefesto, todos inclusive habían comenzado a sacar teorías.

—¿Leo?—

Percy asintió. –Dijo algo que si ella caía, tú, Leo y yo caeríamos con ella al Tártaro.—

Ella se acostó en la cama y él se acostó a su lado. —Volvería a caer por ti.— Recalcó Percy.

—Yo también.— Contestó Annabeth. —Así que la voz confirma que Leo sigue con vida.—

Percy negó. —Yo no tomaría nada por asegurado. Solo tenemos la esperanza de que siga con vida.—

Annabeth asintió y dejó caer su cabeza en su pecho. Tal vez Percy tenía razón.

Nobles AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora