Capítulo 26:Suerte, Trevor

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Les recomiendo escuchar "Olivia" (One Direction) para este capítulo :) Gracias por leer!

Maldición, detesto ponerme nervioso. Nunca me pongo nervioso, ni siquiera cuando tuve que tocar la guitarra frente a todo el instituto cuando tenía 13 años. Pero esta hermosa chica, de cabello rubio y ojos grises me quita el aire, me pone nervioso, debilita mis rodillas.

-¿Y qué has decidido?-me preguntó con dificultad. Pude notar que ella estaba igual de nerviosa que yo, lo que, por alguna extraña razón, me relajaba un poco.

-Bueno, he estado pensándolo mucho-un nudo se formó en mi garganta. Necesitaba un poco de agua para calmarme un poco, esta situación era demasiado tensa y seria, sentía como si estuviera a punto de echarme del instituto-Creo que soy gay.

Las palabras salieron de mi boca involuntariamente, como si mi mente demandara hacer un chiste, por lo que le agradecí. Olive y yo comenzamos a reír, y logramos relajarnos un poco. Me quedé mirándola. La forma en la que su nariz se arruga cuando ríe, los pequeños hoyuelos en sus mejillas, sus ojos entrecerrados. Sería un idiota si decidiera no tener más todo eso en mi vida. Si decidiera no tenerla en mi vida.

-Te quiero, Olive. Diablos, te quiero tanto. Realmente no tenía una respuesta para darte. Hoy estuve todo el día inmóvil en el sillón, pensando y pensando, pero nada coherente se formulaba en mi cabeza. De hecho, consideré no ir al bar esta noche. Pero cuando te vi con Kyle...ahí lo supe. No puedo permitir que alguien que no sea yo esté contigo. Sonaré posesivo y celoso...tal vez lo soy. Pero no puedo estar sin ti. Hoy estuve todo el día sin ti, sabiendo que me estabas odiando, y cada segundo era peor. No sé cómo lograré estar más tiempo sin ti.

Sus ojos estaban enfocados en nuestras manos, que se rozaban delicadamente. Como si ninguno se atreviera a avanzar más.

-Olive...quiero saber qué piensas. Quiero oírte. Habla, por favor-mi voz suplicante sonó como un susurro.

-Ya sabes lo que pienso, Trev. No quiero estar sin ti. Si no lo intentamos nunca lo sabremos. Prefiero arrepentirme de algo que hice y fallé, en vez de no haberlo hecho y quedarme con la duda. Tú sabes eso, quiero escucharte a ti.

-No quiero lastimarte, Olive. Olvida todo eso que te dije de que le tengo miedo al océano. Perderte sería como ahogarme en el maldito océano y no lograr respirar. No quiero ahogarme, Olive.

-Entonces... ¿Lo intentaremos?

Mi sonrisa me delató, y antes de que pudiera decir mi respuesta, los labios de Olive ya estaban rozando delicadamente los míos. Esa vez se sintió diferente. Por fin podía estar seguro a donde iba nuestra relación. Aparté mi rostro, pero nuestras frentes siguieron juntas, pudiendo así sentir su tranquila respiración contra mi rostro, y su perfume viajaba a mi nariz.

-Te advierto, Olive Fletcher, soy un pésimo nadador.

-No dejaré que te ahogues. Siempre intentaré salvarte, ya lo he hecho una vez, puedo hacerlo nuevamente.

Imágenes de Olive y yo corriendo en el bosque llegan a mi memoria. Recuerdos débiles, en los que los árboles veían borrosos, y el aire no lo graba llegar a mí.

Entramos a la casa de Sophie intentando hacer la menor cantidad de ruido posible. Olive me dio una mirada letal cuando comencé a hacer ruido con el llavero del auto, y me detuve de inmediato. Entre susurros me preguntó si quería tomar algo, pero negué con mi cabeza mientras caminaba hasta la escalera, suponiendo que allí estaba la habitación. Había un largo pasillo, y las paredes estaban repletas de cuadros con fotografías. Habían viajado por casi todo el mundo. Había puertas a la izquierda y derecha, pero yo seguí a Olive hacia la derecha, y entramos a la última habitación. El cuarto era más grande que el de mi casa en Minnesota. Las paredes eran blancas, al igual que el piso alfombrado, que a la vista lucía más cómodo que mi cama. En el techo colgaba una araña de cristales de vidrio. La cama era doble, alta hasta mi rodilla, y encima había al menos veinte almohadas de colores vivos y vibrantes, que era lo único de color en la habitación, todo el resto era blanco y gris. Había una gran puerta de vidrio que iba del suelo al techo, y me llevaba hasta un balcón donde había unas sillas que lucían igual de cómodas que el suelo alfombrado. A la izquierda había una puerta, que seguramente llevaba a un inmenso ropero, o un baño privado. Olive caminó hasta la cama y se sentó en el borde para quitarse su calzado. Por algún motivo, la situación me incomodaba. Ella permanecía en silencio, y yo no sabía si sentarme junto a ella en la cama, si sentarme en el suelo o quedarme parado. Opté para la tercera opción, y recosté mi espalda contra la pared. Me quedé mirándola. La forma en la que su nariz se arruga cuando bosteza, las uñas de sus pies pintadas del mismo color que las de sus manos, su cabello atado en una coleta despeinada para dormir más comoda, la forma en la que pacientemente guarda cada almohada en el baúl de madera junto a la cama. Observé sus ojos grises, y como paseaban por la habitación, sus delicada cintura y lo hermosa que se ve con esa camiseta blanca, sus labios rosados que nunca parecen secarse. Recordé nuestro beso cuando la busqué a la medianoche. Como sincronizábamos como una coreografía, cómo sus dedos jalaban de mi cabello. Una chispa viajó por mi columna, y mis latidos comenzaron a acelerar. Mis ojos viajaban de la cama a Olive que seguía acomodando los almohadones. Se volteó y sus ojos se encontraron con los míos.

1900 MillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora