Capítulo 3. El cofre

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– ¿Quieres tocino o tortitas de huevo? – dijo Sam mirando dentro del refrigerador.

– Lo que sea. Voy a ponerme otra cosa – Ann subió las escaleras hasta su cuarto. Se quito el traje y se puso una playera de tirantes blanca con unos jeans, su sudadera negra y unas vans. También soltó su pelo y volvió hacia la cocina donde su amigo la estaba esperando.

– De una vez te digo que si le haces algo, ella me tiene a mí para protegerla – escuchó a Mike hablando. Cuando llegó, vio a su amigo sentado en el taburete frente a la barra de la cocina rodeando los ojos.

– ¡Maldita sea Mike! – exclamó Ann. – No te necesito a ti para nada. Deja de molestar y vete ya.

– Respeto tu decisión muñeca, pero cualquier cosa no dudes en hablarme. Por cierto, no fue agradable que te llevaras mi camioneta sin haberme pedido permiso.

– Y no es agradable que te metas a mi habitación a husmear entre mis cosas – sacó las llaves de su pantalón y se las lanzó a Mike. – Te aconsejaría que la lleves a pintar. Un chico nuevo paso a rayarla un poco con sus llaves – Mike abrió los ojos como platos y corrió hacia fuera.

– Yo jamás vi a un nuevo. Solo a ti – le dijo Sam confuso.

– Si lo sé.

– Pero... fuiste tú quien...

– ¿Y? No veo cual sea el problema – Ann se encogió de hombros y se acerco a otro taburete enfrente de Sam para poder comenzar a comer.

– Se va a ir para atrás cuando vea lo que le escribiste en el cofre – Sam rió por lo que ella había hecho antes de entrar a su casa.

– No me interesa lo que le pase – bufó.

– ¡Anna! – gritó Mike desde la entrada. Ann soltó su cuchara en el plato de mala gana cuando Mike ya estaba en la cocina.

– Te he dicho mil veces que mi nombre no es Ana. ¿Acaso es tan difícil de entender? Bueno, yo creo que para ti si, por lo que veo tus neuronas no funcionan – puso un dedo en su frente.

– ¿Podrías dejar de comportarte como una niña y madurar? – dijo Mike. Realmente estaba enfadado. Había ocasiones en las que Ann le sacaba de sus casillas pero en aquella ocasión ella se había pasado de la raya al haber escrito "Jódete" en el cofre de su camioneta con sus llaves.

– Y tú podrías largarte de mi casa y dejar de ser un mantenido bueno para nada. Pero como te darás cuenta, no todos obtenemos lo que queremos, ¿verdad? – ella se cruzó de brazos y enarco su ceja derecha.

Sam solo observaba la pequeña discusión que se había armado frente a él. Parecía estar disfrutando el ver la cara roja furiosa de Mike.

– Ese fue un golpe duro ¿sabes? Y tu pagaras por esa pintura – Ann empezó a reír. – ¿De qué te ríes?

– Si crees que yo pagaré por tu pedazo de chatarra, estas muy equivocado. Es tuya, es tu problema y arréglatelas como puedas – su sonrisa desapareció y en su lugar una mirada desafiante. – Vámonos de aquí Sam, tal parece que siempre han de estar empeñados en arruinar mis comidas – dijo haciendo énfasis por lo que había tenido que presenciar esa mañana.

– Esto lo sabrá tu madre – gritó Mike.

– No sabes el miedo que tengo en estos momentos – dijo ella de manera sarcástica.

***

– Fue un placer haberlo tenido aquí – dijo el director de la facultar, el señor Harrison.

– Pido una disculpa por el comportamiento de Ian de hace un rato con la jovencita de pelo rojo – dijo el señor Roswell.

– Ann es una muchacha comprensible que no toma mucha en cuenta ese tipo de comentarios. No se preocupe.

– Por cierto me gustaría hablar con ella. Tengo ciertas dudas de lo que ella ha dicho.

– Claro, solo que por lo visto se ha ido, en cuanto la vea le digo que quiere hablar con ella. ¿Sabe? Ann tiene un gran potencial, ha destacado mucho para nuestra escuela, aunque debo admitir que no es una persona muy sociable – dijo el señor Harrison. En los años que él había sido profesor de Ann siempre notaba ese pequeño aislamiento entre ella y la sociedad. Se mantenía al margen de diferentes situaciones, cumplía con lo que se le pedía y tenía buenas notas. Para él era una alumna ejemplar que si desarrollaba bien sus habilidades y sabia explotarlas al máximo, ocuparía un lugar importante donde fuera.

– Bien. Me retiro – término de decir el señor Roswell. – Espere... también me gustaría que le dijera al joven, el de pelo oscuro que se presento al último. Se me olvido su nombre...

– ¿Dean? – preguntó el director de la facultad.

– Si, ese mismo. También con él quiero habar. Dígale que lo estaré esperando en mi oficina después de las cuatro de la tarde hoy – el señor Roswell había notado algo más en aquel. Al igual que en Ann, se intereso por lo que decía. Él quería nuevas ideas para su empresa, ya hace tiempo que no sacaban al exterior al nuevo, algo por lo que la gente se interesara, sin en cambio con los proyectos de Ann y Dean sería diferente. Una nueva tecnología que la explotaría a todo lo que diera con tal de conseguir que CETS fuera una industria mucho más grande.

El señor Roswell se dirigió a la salida donde lo estaban esperando otras personas y entre ellos, Ian. Se sentía molesto con él por haber hecho quedar mal a la joven pelirroja. Sería muy su sobrino pero no por eso tenía que aguantarle sus majaderías que siempre hacia. Ian era hijo único de su hermano Dion. Ese día había insistido tanto en ir para supuestamente aprender del negocio de su tío cuando en realidad solo quería ir a molestar y lo había logrado, al menos con Ann.

– ¿Qué? – pregunto Ian cuando su tío se le quedo viendo.

– Tal parece que nunca vas a cambiar. Eres igual que tu padre.

– Yo no tengo la culpa de ser así – dio la vuelta y se fue dejando solo a su tío.



Secretos dentro de miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora