Capítulo 4. El departamento

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– Te has portado muy grosera con tu padre – le dijo Sam en el camino.

– El no es nada mío, así que mejor cállate – le recriminó ella.

– Esta bien tranquila. Ya no diré nada – levanto Sam las manos en son de paz. – Pero aun así pienso que fuiste maleducada – se rió.

– ¡Sam! – gritó Ann para que se detuviera.

– ¿Ahora que dije? – preguntó.

– Serás muy mi amigo, pero eso no impedirá que tu cara este con un ojo morado – la expresión de Ann no reflejaba que estuviera jugando.

– Eres una amargada. ¿Por qué no te gustan las bromas?

– Porque no.

– Aguafiestas.

– Si. ¿Y? ¿Hay algún problema con eso?

– Pues ahora que lo pienso... ¡Sí! Hay uno – le dijo Sam.

– ¿Cuál? - preguntó ella rodeando los ojos. Estaban en la caseta de entrada del edificio donde él vivía, parados Sam la veía pensativo, no se le ocurría que decirle a Ann acerca del problema que él tenía con respecto a ella. Podría decirle que se comportaba siempre de una manera tan seca y grosera, aunque eso los llevaría de camino a otra discusión. No tenía ganas de pelear con ella en esos momentos ya que se ponía a la defensiva y no había forma de volver a hablar civilizadamente.

– Olvídalo – dijo él negando con la cabeza al momento en que se metía a su edificio. Ann los siguió hasta que llegaron al departamento donde Sam vivía con su padre. Su madre había muerto en un accidente automovilístico y no tenia hermanos. Ann cada vez que le preguntaba acerca de la muerte de su madre, trataba de desviar la conversación. No hablaba mucho de ella. Había ocasiones en las que ella pensaba que Sam podría esta ocultándole algo. Por lo que Ann sabia de Sam, su padre trabajaba de administrador en una empresa muy poco reconocida. Lo más raro para ella era que ninguna sola vez de las que había ido a su hogar, lo había visto. Era como si él viviera solo en ese lugar.

– Entra – le señaló a Ann. -- Voy por unas caretas y nos vamos.

– Si – Ann se quedo en la sala de espera. Era algo grande. Tenía tres sofá color crema y en la pared había una plasma de cincuenta pulgadas. Además de eso una mesita de centro de cristal. Lo curiosos era que no había nada más. Ningún recuerdo, una foto o un adorno. A leguas se veía que ese lugar estaba habitado por hombres. No tenía algún toque femenino o algo parecido. Ella no entendía tampoco el porqué tenían muebles con cajones, si ni siquiera los usaban. Ann recordó la primera vez que fue allí. Le había dado tanta curiosidad por encontrar algo más que solo muebles y polvo, también reviso los cajones y descubrió que esos estaban vacíos. Eso se le hacía algo ridículo, no tenía sentido para Ann.

– Listo – apareció Sam.

– ¿Tu padre no está? – preguntó ella.

– No. ¿Por qué la pregunta? – Ann noto un toque de nerviosismo en su voz.

– Curiosidad – se encogió de hombros.

– Bien.

***

– ¿Quería hablar conmigo? – dijo Dean cerrando la puerta detrás de él. Se encontraba en la oficina del Señor Roswell, después de que el señor Harrison le dijo que quería hablar con él, se dirigió a CETS.

– Si muchacho – se para recibirlo. – Toma asiento.

– ¿De qué quiere hablar conmigo? – preguntó Dean.

– Los directivos de CETS y yo hemos aprobado tu proyecto – Dean abrió los ojos como platos. Se había quedado sorprendido y en especial sin palabras.

– ¿Esto es enserio? – preguntó incrédulo.

– Jamás jugaría con algo tan delicado como lo es en este caso.

– Yo pensé que no le habría interesado lo que yo...

– Pues ya ves que no fue así, se escogieron dos proyectos y entre aquellos esta el tuyo.

– ¿Dos?

– Si, aunque todavía tengo que revisar unos detalles del segundo.

– No sé qué decirle señor Roswell, estoy feliz con esto – y eso era más que cierto. Dean estaba que moría de felicidad por dentro había estado esperando esa oportunidad por un tiempo. Y al fin lograría su principal objetivo. Le demostraría a su hermano lo importante que el también podría llegar a ser y no un mediocre como James solía decirle todo el tiempo.

– Necesito un reporte y que se lo envíes a mi secretaria a más tardar mañana. Pasa con ella para que le dejes todos los datos necesarios que te pedirá.

– Entonces... ¿Solo seria eso? – dijo levantándose de la silla.

– Por el momento si, puedes irte.

– Gracias señor.



Secretos dentro de miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora