Capítulo 3.

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Terminamos la calurosa charla horas después, cuando ella misma me mandó a dormir. Ella era como una abuela, y una mejor amiga al mismo tiempo. En la hacienda, lograba dormir como una niña, porque el croar de las ranas y los grillos también haciendo su casi irritante sonido, me permitían la tranquilidad. En la mañana siempre era el canto de los pájaros, el olor a flores al atravesarlas la brisa y la luz del sol, quienes me despertaban, sonaría cursi, y muy cursi, pero así eran mis mañanas en la hacienda, tan puras y románticas. Mi escape perfecto...


-Buenos días –me saludó al entrar–. ¿Quieres salir, hoy?
-¿Salir, a dónde? Claro que quiero –sonreí–. ¿Pero puedo desayunar antes, no?
-Por su puesto, mi niña.
-Bueno, me alistaré. ¿Iremos al pueblo, no?
-Sí, necesito buscar unas cosas en casa de mi nieto...
-¿Tu nieto está viviendo en el pueblo? –dije mientras me levantaba de la cama.
-Sí, hay cosas muy nuevas aquí.
-Me alegra que tu familia ahora esté más cerca –besé su mejilla y me dirigí al baño–. Salgo en unos minutos.

Me coloqué un short de mezclilla con una camisa manga larga blanca y salí para desayunar, era la única que estaba sentada en la mesa, y aunque eso también era costumbre en mi casa, no era cómodo ver como algunas de las cocineras te miraban desde su ámbito hasta tu mesa, solo viendo si te gustaba, o sencillamente lo que estabas haciendo. Hay veces que quisiera regresarme, pero esta vez no, tengo muchas ganas de pasarla con Matilda, y ahora, de conocer a su hija. Aún la palabra "nieto"' me estaba retumbando en la cabeza, ¿y si era un chico, de mi edad, y quizás hasta podía ser guapo? Pero esas posibilidades se borraban de mi mente, porque ella nunca me había hablado de algún familiar de ella, relativamente joven.

-¿Lista? –me llamó Matilda desde la puerta, yo asentí–. Entonces vamos...

Caminamos por la casa, hasta llegar a la salida, donde Jean Franco, uno de los que trabajaban en la hacienda, que por cierto era muy apegado conmigo, me cargó con fuerza dándome vueltas.

-Te había extrañado, pequeña pulga –sonrió dejándome a la altura del piso, de nuevo–. Cuanto has crecido.
-No he crecido nada –reía–. No sé por qué todos dicen lo mismo.
-¿Y a donde vamos, hoy? –Dijo montándose en el caballo de la carreta, a mi padre le gustaba conservar algunas cosas a la antigua–. ¿Al pueblo, no?
-Sí –respondió Matilda–. Para respuesta a tus plegarias, veremos a mi hija, y a mi nieto.
-¡Esto se pondrá hermoso! –Dijo Jean Franco–. La hija es para mí, tu nieto, será para ella definitivamente –me apuntó.
-¿Es de mi edad? –pregunté–. ¿Es como yo?
-Si, algo parecido, pero no te apresures, soy muy celoso –respondió Jean Franco antes de comenzar a andar, el resto del camino no hablábamos mucho para no distraer al conductor, cosa de evitar un accidente. Los caballos podían ser muy nerviosos e impredecibles y ya había ocurrido algo parecido el año pasado.

Cuando llegamos al pueblo, no pude evitar estar emocionada, tenía tiempo que no pasaba por aquí, y había mucha gente que realmente apreciaba y tenía tiempo sin ver. Llegamos directamente a la casa de la hija de Matilda, pero cuando nos abrió, no era ella sino quien supongo era su hijo, tenía ciertamente más o menos mi edad, y unos ojos, que captaron mi atención de inmediato.


Sin complejos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora