CAPITULO 32

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El regreso a clases, a mediados de julio, estaba lleno de nuevas experiencias e historias por compartir acerca de las vacaciones. Pero también estaba presente la expectativa de las ferias de Girón, en agosto. Inicia un viernes, día en que los colegios del municipio participan en la inauguración en las horas de la mañana con una comparsa temática. Cada año el colegio El Señor de los Milagros compite con otros como el Luis Carlos Galán Sarmiento y el San Juan de Girón. Hacía dos años que no ganábamos y pretendíamos hacerlo a toda costa. Aunque no se daba un premio al ganador, sólo un par de aplausos.

— ¿Y es obligación ir? —me preguntó Leidy.

—No. Pero te dan puntos extras en Cívica.

—Pero yo voy bien en Cívica.

— ¡Leidy! ¡Silencio!—gritó la profesora Laura.

—Tal vez participe—susurró mientras escribía en su cuaderno.

—Sólo espero que no lo digas porque algo malo vaya a pasar—susurré mientras vigilaba a la profesora.

—No—dijo negando con la cabeza.

La temática para ese año se basó en los seres místicos de los bosques: gnomos, duendes, hadas. Angélica fue elegida para ser una especie de reina de las hadas e iría adelante. Leidy fue una flor y yo un duende.

El cielo estaba completamente despejado y a medida que el sol se acercaba a lo más alto, quemaba nuestras cabezas con fuerza.

Llegando al parque principal, debíamos ubicarnos para realizar una presentación con una corta coreografía al final de la cual las hadas debían levantar muy alto a su reina, Angélica, para que pareciera como si volara. Las compañeras que la sostenían no lo hicieron muy bien y ella perdió el equilibrio. Antes de caer al suelo, Angélica flotó delicadamente como si sus alas de hada fueran reales y aterrizó suavemente. La flor junto a mi sonreía con satisfacción mientras observaba con sus ojos color violeta.

—Leidy, tus ojos­—le dije rápidamente.

Pero el vuelo de Angélica, con la ayuda de Leidy, nos sirvió para ganar ese año.

—Fuiste tú, ¿verdad? —le preguntó la reina hada a la flor, mientras nos quitábamos parte de los disfraces.

—Sí...—. Leidy contestó como si hubiera hecho algo malo, encogiéndose de hombros.

—­ ¡Gracias! —. Angélica la abrazó con tanta fuerza que la dejó sin aire.

* * *

En la noche volvimos al parque principal para disfrutar de los puestos de ventas en la feria. Nuestra atención fue atraída por un juego novedoso: una máquina para atrapar peluches con un gancho, utilizando solamente una palanca y un botón. Vimos a un chico intentarlo una y otra vez sin éxito. Cuando se le terminaron las monedas se marchó junto con los curiosos. Estando sola y libre la máquina, Angélica y yo intercambiamos miradas. Teníamos la misma loca idea.

—Vamos, Leidy—le dijo Angélica acercándola a la máquina.

—Yo no sé jugar esto—contestó con inocencia.

—Nosotras nos referimos a otra cosa—le dije con picardía mientras buscaba la aprobación de Angélica.

— ¿Quieren que utilice mis poderes para hacer trampa en un juego?

—Sí­—respondimos en coro.

— ¡Ah! Bueno—. Sonrío y se ubicó para comenzar.

Introdujo una moneda y la música comenzó a sonar haciendo que riéramos emocionadas. Ella dirigió el gancho con la palanca hacia un osito blanco, dejó caer el metálico objeto sobre su objetivo, apoyó la mano en el vidrio y apretó el puño. El gancho imitó el movimiento. La máquina recogió el cable del gancho de forma automática y Leidy mantuvo el puño cerrado hasta que el osito llegará a la esquina. Ya allí, mi amiga abrió la mano y el peluche cayó en el cajón donde lo tomó, triunfante.

—Voy a sacar dos más—dijo mientras le entregaba el osito a Angélica y volvía a introducir otra moneda en la máquina.

Antes de comenzar a llamar la atención, Leidy sacó una rana, para Angélica, y una vaca, para mí. Nos marchamos rápido, riendo y buscando más juegos. Con ayuda de nuestra mágica amiga ganamos en tiro al blanco y una especie de pequeño boliche donde había que derribar una torre de vasos plásticos con una pelota. También tratamos de jugar rana pero el dueño dijo que el premio consistía en una canasta de cerveza y, por ser menores de edad, nos echó de allí.

Jugamos muchas veces en diferentes lugares y ganamos varios premios, hasta que notamos a Leidy cansada y pálida. Angélica y yo nos hablamos con las miradas.

—Bueno—dijo Leidy respirando un poco agitada—, ¿cuál otro jugamos?

—Ya fue suficiente por hoy—contestó Angélica rodeándola con un brazo—. Vamos a comer, yo te invito.

—No te preocupes, traigo suficiente dinero.

—Para nada. Tú te has esforzado mucho por nosotras y ahora te vamos a recompensar, ¿te parece?

—Bueno... Sí.

Leidy se sentía un poco avergonzada mientras Angélica trataba de animarla. Fuimos a un puesto de hamburguesas y comimos hasta hartarnos. Tuvimos que esperar un rato antes de levantarnos para volver a casa. Nuestra amiga ya tenía mejor semblante y estaba muy contenta. Al salir del pueblo, nos giramos para ver los fuegos artificiales.

En los ojos color violeta de Leidy brillaba la felicidad.

En los ojos color violeta de Leidy brillaba la felicidad

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¡Saludos lector@s! ¿Cómo creen que sería tener una amiga como Leidy? Pienso que sería divertido. ¿Y ustedes? Espero que hayan disfrutado de la lectura. Nos leemos luego.

EL GATO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora