La casa de Leidy permanecía en penumbra. Toda su familia se encontraba en la funeraria junto al cuerpo de la hija, la hermana, la nieta. Sólo se escuchaba al gato negro maullar con fuerza y tristeza.
Yo me había encerrado en mi habitación, escondida de la realidad bajo mis cobijas y mirando la mano que sujetó la suya apenas unas doce horas atrás pero que no pudo mantenerla de éste lado de la delgada línea que divide a la vida de la muerte.
Hacía doce horas estaba hablando con ella. Hacía doce horas estaba llena de angustia, enferma por las noches de insomnio o pesadillas. Me habría gustado que creciéramos juntas, fuéramos a la universidad. Quizás haber ido las tres amigas a hacer castillos de arena en la playa y ver el sol sumergiéndose en el mar. Sí. Que hubiera brillado como el sol y que hubiera terminado sus días en paz, con el cabello blanco como la nieve y con una sonrisa de satisfacción en su rostro.
El llanto me ahogaba, me oprimía fuertemente el pecho. Aún ahora se inundan mis ojos cuando la recuerdo.
Al siguiente día en la tarde, sus compañeras de clase asistimos al funeral organizado por las directivas del colegio Señor de los Milagros. Llevábamos el uniforme de gala, camisa manga larga con la falda de cuadros y pliegues, el mismo que se usa en ocasiones especiales. El mismo que llevábamos en la ceremonia de despedida al terminar el último año de secundaria.
Leidy parecía dormir tranquila en su ataúd. Llevaba puesto el collar y los aretes de piedra violeta y un vestido blanco que parecía más de Primera Comunión que contrastaba con el color negro que vestía su familia, sentada en un rincón de la Basílica menor junto al resto de padres de familia y maestros. Angélica y yo habíamos entrado juntas a la iglesia y habíamos caminado directamente hacia el cuerpo de Leidy como si ella nos hubiese llamado. Lloramos junto a ella, tratando de decirle algo pero ninguna de las dos fuimos capaces de articular palabra. Luego de un rato una profesora se acercó a nosotras para pedirnos que tomáramos asiento porque ya iba a comenzar la misa.
El sacerdote ofició la misa, dijo algunos mensajes bíblicos de consuelo y preguntó si alguien quería también compartir unas palabras. Me levanté de mi lugar y, sin decir nada ni cruzar mirada con alguien, me acerqué al altar y pedí el micrófono. Aclaré mi garganta.
—Conocí a Leidy apenas el año pasado— comencé mientras miraba hacia el ataúd de mi amiga—. Era un poco tímida pero quería hacer amigos así que le presenté a mi amiga de toda la vida, Angélica, y nos hicimos inseparables. Muchos de ustedes inventaron rumores de que era extraterrestre o bruja o que tenía un pacto con el diablo, pero Leidy sólo era una niña insegura que tenía sus propios problemas, que tal vez ustedes jamás habrían entendido, y lo único que quería era llevar una vida normal, tener amigos y ser feliz. Sin darnos cuenta, Angélica y yo le dimos un poco de eso que ella quería pero daría cualquier cosa en este momento para que esa felicidad hubiera durado mucho más...
En las últimas palabras comencé a llorar y no pude continuar. Quedaron tantas palabras sin decir, tantos sentimientos sin expresar. Entregué el micrófono al sacerdote y me enseguida fui hacia Angélica quien también lloraba.
Afuera lloviznaba y al mismo tiempo se sentía calor. El féretro salió de la Iglesia cargado por su padre, su abuelo y dos maestros, seguidos por una muchedumbre compuesta de estudiantes, padres de familia, profesores, la mujer de la fotocopiadora que hacía las veces de enfermera, vecinos del barrio y muchos curiosos que se solidarizaron con nosotros. Y alguien de entre toda esa aglomeración posó su mano en mi hombro derecho.
—Buen discurso, creo que le debo más que una disculpa a Leidy, aunque ya es un poco tarde para eso.
—Raúl.
Pronuncié su nombre casi como un suspiro al darme vuelta para verlo. Tenía la mirada triste más porque se sentía un poco culpable.
Nos dirigimos hacia el cementerio de San Isidro. El cajón fue dispuesto en una bóveda. Leidy quedó en la cuarta subiendo. El proceso fue acompañado por el llanto de los dolientes y los sepultureros marcaron el punto final sellando las tumbas con ladrillos y cemento en cual se escribieron nombre y fecha.
Al mes siguiente, la familia de Leidy puso en venta la casa para mudarse de nuevo a Bogotá. Una compañía de mudanzas se llevó una a una las cajas con todas sus pertenencias incluyendo las de aquella a quien ya no volvería. Yo permanecía sentada en el sofá en medio de la sala viendo la escena a través de la puerta abierta, sintiendo como si se derrumbara una vida frente a mis ojos. Una cortina de lágrimas cubrió mi vista y mientras me secaba, Sandra apareció en la puerta con Randú en sus brazos.
— ¿Quería saber si te puedes quedar con el gato? Es que Leidy una vez me dijo que si ella ya no estaba que te lo diera a ti.
—Bueno—mi voz sonaba triste pero a la vez perpleja—, tengo que preguntarle a mi mamá.
—No hay problema— dijo mi mamá apareciendo de repente.
Tomé a Randú de brazos de Sandra. Me di cuenta que en ese momento ella tenía los ojos azules.
— ¿Qué harás ahora, Sandra?
—No lo sé—contestó con tristeza—. Supongo que iré a la universidad.
Me despedí de ella brevemente. Seguí de pie con el gato negro y viendo cómo se alejaban por la calle peatonal, siguiendo el camino hacia la vehicular, donde debieron abordar el Mazda 323 que un día trajo a este barrio a una persona única, a una familia única.
En ese momento sentí como si se fuera el fin de una vida y el comienzo de otra.
* * * * * * * * *
Saludos lectoras y lectores.
Espero que este capítulo, aunque triste, haya sido de su agrado. Pero este no es el final aún. Para una persona tan peculiar como Leidy, dejar este mundo no será cosa fácil. Y para su amiga Vanessa, dejarla ir tampoco lo será.
Les invito a compartir sus opiniones y experiencias en la caja de comentarios, me gustaría mucho saber cómo les ha parecido esta obra.
Nos leemos pronto.
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EL GATO NEGRO
ParanormalEra un día como cualquier otro: las vacaciones de enero, jugar con los amigos en la calle... Para Vanessa todo era normal. Hasta que vio doblar la esquina a un auto y un camión de mudanzas. Del auto se bajó una familia entre ellos, una niña de su mi...