CAPÍTULO 34

167 9 1
                                    

En las noches, Leidy y yo nos sentábamos en la entrada de alguna de las dos casas sólo para hablar. Rara vez nos faltaba tema. A las nueve y treinta nos enviaban a la cama. Entonces, acercábamos una silla a la ventana de la habitación de cada quien y seguíamos conversando hasta la intervención de algún adulto en una o ambas casas. Eran las anécdotas que divertían a Angélica a pesar de no ser partícipe de ellas.

Las últimas noches de septiembre las pasamos hablando del proyecto de Inglés: una exposición oral junto a un trabajo escrito. El tema era libre y la actividad también. Ya se habían asignado las fechas para cada grupo de trabajo y nos coincidió con el último día de octubre.

—Angélica quiere que contemos historias de terror—le comenté a Leidy desde mi ventana.

—Tal vez podríamos disfrazarnos como algo que de mucho miedo.

—Hay que planear las actividades para hacer con el salón.

—Yo me encargo de transcribir el trabajo en la máquina de escribir.

—No te preocupes, Angélica tiene computador.

—¿En serio?

—Sí. Su mamá nos puede imprimir el trabajo en la oficina de ella.

―Todavía tienen un mes para preocuparse por eso―interrumpió el papá de Leidy―. Ahora a dormir que ya es tarde.

―¡Hasta mañana, Vanessa!

―Hasta mañana, Leidy.

* * *

Finalmente escogimos la historia de la Condesa Bathory. Conseguí unas túnicas negras con capucha con unos amigos de mi mamá. Del trabajo escrito se encargó Angélica y de las actividades, Leidy.

La clase de Inglés seguía después del descanso. Pedimos a Perla, la encargada de las llaves del salón, que nos permitiera entrar a la hora del receso para colgar cortinas negras y así oscurecer el lugar. Leidy se encargaría de hacer caer las cortinas durante la presentación para dar el efecto dramático y aterrador. Queríamos alquilar una máquina de humo pero era muy costoso y no pudimos reunir el dinero.

―Ya está todo listo―dijo Angélica mirando las cortinas y la cartelera con apariencia sangrienta―. Quizás debimos colocar telarañas decorativas, no sé...

―¡Ya no te afanes más! ―le dije―. La profesora va a evaluar fluidez verbal, no la decoración.

―Pero sí la creatividad.

―Solamente serán puntos extras.

―No se preocupen―intervino Leidy―. De los efectos especiales me encargo yo.

Miramos a Perla quien prestaba atención a nuestra conversación. Una chica de cabello rubio con un mechón de cabello blanco, ojos color verde azul y piel blanca. Muy alta y de contextura gruesa.

―Tú no le vayas a contar a nadie―le advertí con gracia a Perla.

―No, no lo haré. Esto se ve interesante. ¿Para qué arruinarlo? ¿Y qué efectos especiales tienes, Leidy?

―Es una sorpresa, Perla. No voy a revelar nada.

―Muy bien, de acuerdo.

El timbre sonó y Perla salió a retener al grupo fuera del salón mientras nos colocábamos las túnicas y nos ubicábamos en diferentes sitios del lugar. A la señal, Perla abrió la puerta dejando entrar a compañeras y profesora, expectantes.

Comenzamos la narración en inglés. La primera fue Leidy. Nadie entendía nada de lo que decía―nadie aprendió inglés en el colegio―, pero el tono de voz aterrador de Leidy causaba miedo y más cuando la puerta se cerró con seguro, seguida de la caída de las cortinas que oscurecían el salón. Angélica continuó con su parte y utilizó también una voz misteriosa. Las mesas comenzaron a temblar causando que nuestras compañeras se levantaran. Cuando llegó mi turno, hice lo posible por sonar aún más aterradora que mis dos amigas. De repente, del techo comenzó a gotear sangre sobre algunas chicas, el piso parecía de lodo y se sentía un frío penetrante. Un miedo real se apoderaba del salón. Angélica supuso que se trataba de Leidy y me hizo una señal visual para que no me detuviera. Aumenté el tono de la voz, recitando palabras en un muy regular inglés y en cuanto terminé, las cortinas se levantaron de golpe dejando entrar la luz del día que revelaba un salón cálido libre de sangre y lodo. Todo había sido una alucinación. Respiré hondo creyendo que se enojarían pero su reacción fue contraria: comenzaron a reír unas con otras, incluyendo a la profesora. No noté que Leidy había salido del salón, seguida por Angélica. Me disculpé con la excusa de ir al baño y salí a buscarlas. Estaban en el baño.

―¿Qué sucedió? ―les pregunté.

―Nada, un pequeño mareo―contestó Leidy tratando de ocultarse detrás de Angélica―. Les dimos un buen susto.

Ella reía mientras yo me acercaba apartando a Angélica. Sostenía un trozo de papel higiénico bajo su nariz, con un poco de sangre.

―¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¡Hay que llevarte a la enfermería!

―Estoy bien. Me excedí, es normal. Nunca había causado una alucinación colectiva tan grande.

No estaba segura de creerle. Miré a Angélica quien se hallaba en la misma situación.

―Ya no me vean así. No me voy a morir... Por ahora―. Ésto último lo murmuró, pero alcancé a oírlas.

―¿Qué dijiste?

―Vamos al salón. Ya estoy bien.

Tiró el papel al cesto de basura y salió como si nada hubiese pasado.

Entramos al salón en medio de aplausos. Leidy procedió a hacer la actividad consistente en el juego del ahorcado con palabras en inglés tomadas de la historia. Mientras la observaba, rogaba por dentro haber oído mal sus palabras.

Odiaba cuando hablaba de la muerte.

EL GATO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora