Capítulo 46. Final

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El lugar en el que me encontraba estaba vacío. Era de color gris, se sentía frío y olía a desinfectante. Luego se llenó de niebla. Comencé a caminar en algún momento aunque no llegara a ninguna parte ni supiera a dónde iba. Luego de un rato, sobre aquel cielo gris oscuro se alzó una enorme luna llena que parecía flotar muy cerca de la superficie. La neblina la cubría en partes hasta que comenzó a disiparse pudiendo así distinguir dos siluetas: una era la de una niña y la otra era la de un gato.

El gato no era otro que Randú. Se acercó a mí corriendo, frotándose contra mi pierna para luego subir de un salto a una roca que no había visto yo porque mi atención se centraba en la niña. Era Leidy y ya no lucía ni como el fantasma que me ayudara a estudiar ni como la aparición espeluznante que me persiguiera. Parecía viva.

—Vanessa. ¿Te encuentras bien?

—Sí. Estoy bien.

—Lamento mucho lo que sucedió. Tienes razón. Yo ya no pertenezco a este mundo.

—No, no digas eso—. La tomé del brazo cuando vi en ella intenciones de marcharse—. Puedes quedarte el tiempo que quieras.

—El problema es que no es mi decisión sino tuya.

—No te entiendo.

—Eres tú quien me retiene.

Solté su brazo y ella se alejó unos pasos. El gato negro comenzó a maullar con fuerza.

—¿Te marchas, Leidy?

—Sólo si tú me lo permites. Sandra ya me dejó ir. Mis padres. Mi abuelo. Angélica también.

—¿Angélica?

—Sí, a ella también la visité.

Comprendí que el comportamiento extraño de Angélica se debía a las visitas de Leidy y por eso me había pedido que superara su muerte tal y como ella lo hacía.

—Pero, ¿por qué dices que te estoy reteniendo?

—Cada vez que me recuerdas con fuerza, haces que yo me quede más tiempo. Ahora, en este estado, he podido comprender un poco más mis poderes y aprendí que dejaba un poco de ellos en cada persona. Cuando me recuerdan, yo puedo volver al mundo de los vivos. Pero yo ya no pertenezco allí.

—¿Me estás diciendo que debo olvidarte para que puedas irte?

—Sí y no. Tú, con el tiempo, aprenderás a recordarme.

—¿Qué? No te entiendo. ¡Leidy!

Leidy comenzó a caminar hacia la luna mientras su cuerpo iba desmaterializándose poco a poco convirtiéndose en pequeñas esferas de luz que iban ascendiendo hacia ese extraño cielo gris.

Entonces entendí a qué se refería ella con aprender a recordarla. Debía hacerlo con la satisfacción de haberla ayudado a ser feliz porque cada vez que la recuerdo con nostalgia, como ahora, su presencia se materializa en el mundo de los vivos.

* * *

Estuve dos días en coma leve, lo suficiente para que hasta mi padre viniera verme. Me cruzaba una herida de seis puntos sobre la ceja izquierda la cual me dolía al hacer gestos. Tuve que permanecer un par de días más en la clínica hasta que finalmente me dieron de alta y pude volver a casa. Sólo quería hablar con Angélica.

—Sí, es cierto—contestó Angélica a mi pregunta—. Leidy me visitó varias veces. Decía que estaba muy preocupada por nosotras porque nos veía muy tristes.

—¿Y por qué no me lo contaste?

—Tú tampoco lo hiciste.

—Jaque.

—Le prometí a Leidy que superaría su muerte y que volvería a ser feliz. Y que te ayudaría a que tú también lo hicieras. Pero no ponías de tu parte.

Randú se recostó en mis piernas. Nos encontrábamos en mi habitación, Angélica y yo sentadas en la cama de la cual no me dejaban salir excepto para ir al baño.

—Supongo que me sentía muy bien con las visitas de Leidy. Pero luego su actitud cambió, se hizo muy agresiva y yo salí corriendo de esta habitación. Comenzó a perseguirme y fue cuando choqué y caí por las escaleras.

—Ya veo.

—Tuve un sueño. Veía a Leidy en un lugar extraño con una luna enorme. Me decía que ella dejaba un poco de sus poderes en las personas cercanas a ella así, cuando la recordemos con tristeza, ella puede volver.

—¿Y te sientes triste en este momento?

—Sí. Pero también me siento feliz de haber conocido a una niña que cambió mi vida.

—Yo también. No creo que vayamos a encontrar a otra amiga como ella.

—Yo espero que no.

Reímos un poco y luego guardamos silencio. Un día una niña extraña, cuyos ojos cambiaban a color violeta, llegó a nuestras vidas. Compartió con nosotras no sólo sus secretos sino también sus sentimientos.

Y un día se marchó, dejándonos en el alma una huella profunda.

FIN

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Hemos llegado al final de esta historia. Espero que la hayan disfrutado. Sus comentarios son bien recibidos. Nos leemos pronto.

EL GATO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora