CAPÍTULO 38

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Leidy pasó el siguiente mes en cama. Volvía al colegio ocasionalmente pero no prestaba atención a clases. Estaba muy débil, pálida y delgada. Daba la impresión de desmayarse en cualquier instante.

Con la llegada de abril, comenzaban las lluvias, lo cual beneficiaba a Leidy quien ya no se sofocaba en su habitación.

Angélica y yo la visitábamos todas las tardes, muchas de la cuales sólo la veíamos dormir y quejarse de dolor. Hasta entonces la familia de Leidy nos tenía en la incertidumbre pero Sandra finalmente rompió el silencio.

—Vengan acá—nos dijo llevándonos fuera de la habitación de su hermana. Cerró la puerta y se cruzó de brazos antes de hablar—. Leidy se está muriendo.

Angélica y yo nos estremecimos. Ya presentíamos que sucedería y, aun así, albergábamos la esperanza de que no fuera cierto.

— ¿Qué tiene Leidy?—preguntó Angélica.

—Sus poderes la están matando.

— ¿Qué? Pero, ¿por qué?—. El corazón me brincaba en el pecho.

—No lo sé—. Se rascó la cabeza nerviosamente—. Esto es de familia... Algunos tienen la habilidad y otros no. Y a algunos los mata y a otros no...

Me di cuenta que Sandra contenía el llanto. Recordé escucharla llorar por las noches en la habitación de Leidy. Por mi parte, yo no contuve más la tristeza y comencé a llorar. Angélica se unió a mí mientras Sandra se alejaba hacia el primer piso.

* * *

Algunos días después Leidy tuvo algo de lucidez. Era sábado y programamos jugar cartas, juegos de mesa y hasta videojuegos. Convencí a Raúl de prestarme su consola y el padre de Leidy instaló el televisor en su habitación.

—No soy muy buena jugando, ténganme paciencia—dijo tomando un control.

—Sólo no hagas trampa—le dije riendo.

—Ni aunque quisiera, no creo que pueda.

Rio y mucho. No sabía si lo que decía se refería a no poder usar sus poderes o que no le funcionaban sobre los videojuegos. Pero me alegraba verla feliz y llena de vida. También noté que sus ojos eran cafés en ese momento.

Estuvimos toda la tarde allí. Raúl, Luis, Angélica y yo acompañamos a Leidy en lo que se convertiría en su último día feliz.


El lunes diez de abril, a las diez de la mañana, la coordinadora entró al salón interrumpiendo la clase de Álgebra. Habló con el profesor para darnos permiso a Angélica y a mí de marcharnos a casa. Nos miramos consternadas y salimos del salón detrás de ella.

—Llamó el papá de Leidy—comenzó la coordinadora—, ella quiere verlas.

Sentí que me temblaban las piernas y Angélica tenía el rostro pálido. Fuimos a casa de Leidy pero primero pasamos por la mía a dejar nuestras cosas. Mi mamá nos acompañó, Sacha estaba en el Jardín a esa hora.

Entramos en su habitación. Toda la familia estaba allí y el ventilador no daba abasto. Leidy sollozaba de dolor y se apretaba el pecho con los puños. Al vernos, trató de calmarse y disimular.

—Hola, amigas—saludó esforzándose por sonreír.

—Hola, Leidy—respondimos en coro.

Su familia salió al pasillo con mi mamá y hablaban en voz baja sobre los arreglos para el funeral. Un escalofrío se trepó por mi espalda.

—Me voy...

— ¡No digas eso!—exclamé y los de afuera callaron.

—No hay necesidad de mentir, Vanessa. A todos nos toca y hoy me tocó a mí...

Sus ojos cambiaron a violeta y una gota de sangre se deslizó de su nariz. Angélica tomó un trozo de papel higiénico dispuesto para la enferma y la limpió sentándose en la cama.

— ¿Te duele?— le preguntó.

—Un poco—. Hizo una breve pausa—. Gracias.

—Eres muy fuerte. Y valiente.

Angélica continuó limpiándola hasta que notó las lágrimas rodando por las mejillas de Leidy.

—Tengo miedo.

—No tengas miedo, estamos aquí, contigo—. Angélica tomó sus manos—. ¿Quieres que rece por ti?

—Sí.

Angélica elevó una oración pidiéndole a Dios que, a dónde quisiera llevarla, ella fuera feliz. La mamá de Angélica llegó en ese momento y se unió al grupo en la entrada de la habitación quienes inclinaban la cabeza y luego respondían con un "amén" al unísono.

— ¿Ya estás más tranquila?—. Angélica le tomó el rostro y secó sus lágrimas.

Leidy asintió.

Angélica me invitó a tomar su lugar mientras ella acercaba la silla del escritorio hacia el cabecero de la cama. Miré a Leidy sin saber qué decir. Tenía un nudo en la garganta.

—Gracias por todo, amigas—habló de repente—. En mi vida ustedes han sido las únicas amigas verdaderas que he tenido. No les importó lo extraña que fuera... Hicieron de este último año el más feliz de todos.

—Gracias a ti por permitirnos entrar en tu vida—dije al fin—. Y también por confiar en nosotras.

—Siempre seremos amigas, no importa dónde estés—añadió Angélica al borde de las lágrimas.

—Soy feliz.

Sus ojos, aún violeta, se entrecerraron y perdieron su brillo. Sus manos perdieron cualquier fuerza. Una horrible presión en el pecho no me permitía respirar y todo parecía una pesadilla. Comencé a sacudirla un poco pero ella ya no se movía.

— ¿Leidy? ¿Leidy? Leidy... No... Todavía no te vayas...

Su padre se abrió paso hacia ella y se inclinó sobre su pecho buscando alguna señal de vida. Respiró muy hondo y confirmó la noticia.

—Se ha ido.

El llanto atrajo la atención de los vecinos. Pronto la noticia de la muerte de Leidy se extendió por todo el barrio.

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¡Hola a todas y todos! He estado un poco ocupada con la universidad y el trabajo, por eso no actualizo tan seguido como antes.

Espero que hayan disfrutado de este capítulo. Es un poco triste, de hecho, se me hizo un nudo en la garganta cuando lo escribí. Esta historia fue inspirada por una amiga del colegio con quien compartí muchos buenos momentos pero nuestra amistad terminó por mi culpa y ella nunca pudo perdonarme. La muerte de Leidy representa el fin de esa relación y trato de plasmar ese sentimiento en estas líneas.

Bueno, nos veremos en una próxima entrega. ¡Feliz semana!

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