Capítulo 40

123 9 1
                                    

Han transcurrido casi tres años desde la muerte de Leidy. Sandra me escribe de vez en vez desde Bogotá y viaja todos los años a Girón en compañía de sus padres para el aniversario de la muerte de su hermana menor. Siempre se hospedan en Bucaramanga desde el día anterior, asisten a misa y visitan la tumba de Leidy. Regresan a Bogotá el mismo día.

Yo suelo ir todos los meses a llevar flores robadas de un jardín o de otra tumba o compradas a la entrada del cementerio. También me encargo de mantener limpia su tumba.

Tras la muerte de Leidy, tuve que ir sola camino al colegio, como antes de conocerla, pero esta vez el camino se hacía más solitario, como yo y hasta sentía miedo de caminar sin su compañía. A veces me encontraba con Angélica quien me esperaba cerca de su casa y me acompañaba la mitad del camino.

Una de esas solitarias mañanas en que iba al colegio en reconstrucción, con mi mente puesta es los recuerdos de Leidy, sentí que ella caminaba justo detrás de mí. Escuchaba sus pasos en el pavimento y la respiración agitada de aquellos días en que nos retrasábamos para ir a clases. Me di la vuelta pero no vi a nadie. Seguí mi camino y la sensación de que me estaban siguiendo volvió pero ella no venía caminando detrás de mí.

Más adelante me encontré con Angélica en la esquina de su calle, esperándome, y noto inmediatamente que algo me ocurría.

—No me pasa nada, Angélica— le dije—o por lo menos eso me parece.

— ¿Me estás ocultando algo?

—Por supuesto que no.

Engañar a Angélica no era cosa fácil. Ella es muy lista y se percata de los asuntos con sólo verlos. Además, me conoce desde los siete años y sabe muy bien cuando algo malo me ocurre o si estoy ocultando algo. Creo que debí decirle la verdad.

Esa tarde llegué a mi casa y tomé una siesta después del almuerzo. Me levanté justo a tiempo para ver mi programa de televisión favorito, aquel en el que me refugiaba por una hora para olvidar el dolor de la muerte de Leidy. Me recosté en el sofá, como siempre lo hago y mientras veía el programa, sentí que Leidy iba a tocar a la puerta de mi casa y así fue, escuché el sonido de los nudillos golpeando la puerta, esta se abrió sola pero no había nadie del otro lado.

— ¿Quién abrió la puerta? ¿Fuiste tú, Vanessa?—me preguntó mi madre.

—Creo que sí.

— ¿Cómo que crees que fuiste tú?

—Fui yo, mamá, es que tengo un poco de calor.

Tal vez pensé que era mi amiga fallecida quien se disponía a tocar a mi puerta porque la echaba mucho de menos. Pero aún no estaba segura si los golpes en la puerta eran reales o por qué se había abierto sola. La única persona que solía entrar a mi casa de esa manera era la mismísima Leidy Carolina.

Entonces supe que ni siquiera un programa de televisión podía quitarme la tristeza de haber perdido a una de mis mejores amigas y que me haría falta su presencia mientras no superara su muerte.

Pero pronto dejaría de hacerme falta porque estaría conmigo por un largo tiempo.

EL GATO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora