Capítulo 43

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Después de clases, me despedí de Angélica en la puerta del colegio y me fui en dirección contraria a mi casa, hacia el cementerio. Pensaba robar algunas flores del mismo jardín pero vi que allí estaba la dueña en compañía de su perro podando las plantas, entonces entré al cementerio y tomé las flores de otra tumba para llevárselas a Leidy.

—Quería decirte, Leidy, que no me sigas llamando ni hablando. Eso me pone muy nerviosa—exhalé—. Además, como ya te dije anteriormente, no es bueno que los muertos anden por ahí asustando a los vivos. Si tenías pensado hacer eso, te hubieras esperado un poco más. Sólo llevas dos meses de muerta. Por favor, Leidy, déjame tranquila.

Saqué un pañuelo de mi bolso para secarme las lágrimas y luego limpié la lápida cubierta de ese misterioso polvo amarillo que cubre la fachada de las viviendas de la zona colonial. Mi mano tembló al pasar el pañuelo por la fecha de la muerte. Permanecí allí rezando por su alma un largo rato.

—Chao, Leidy. No olvides el favor que te pedí.

Así fue. Ese mes pude estar tranquila y sólo escuché su voz un par de veces, en las noches más silenciosas en que no se escuchaba ni el susurro de un ave ni la música de un grillo.

Pensé en contarles a mis padres y a Angélica sobre todas las ocasiones en que escuché el llamado de Leidy pero ella no volvió a molestarme en los próximos cuatro meses. Sin embargo, sentía su presencia, sus pasos en el pavimento, su respiración agitada, cada mañana que me dirigía al colegio.

Ni la muerte pudo vencer nuestra amistad.

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Saludos a tod@s. Comparto con ustedes es corto capítulo. En breve subiré otro.

EL GATO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora