Capitulo 37

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Los días pasaban, y yo por mi parte me comunicaba con mi madre, mi abuelo, Félix, y Albert.

Mi relación con Irak no iba ni para arriba ni para abajo. No iba para ningún lado.

Yo estaba bien, sentirlo a mi lado era lo único que quería, aunque estaba sospechando que me estaba ocultando algo.

A eso no le tomaba mucha importancia.

Sus cambios de humor seguían, unas veces era tierno, otras amargado. De hecho ya había tenido varios ataques de ira, y yo solo me alejaba de él cuando eso sucedia, no quería que ocurriera lo mismo que antes.

Nada estaba mejorando, pero de alguna forma yo me sentía tranquila, y feliz.

¿Feliz por qué si nada estaba mejorando?

La verdad es que no sabia el por qué.

Miré el teléfono de Irak que había comenzado a sonar.

Lo cogí entre mis manos, y fruncí mi ceño.

Jessie.

Me parecía un nombre lindo.

— ¡Irak! —grité—. Jessie te llama.

Gruñí al oír que el pendejo no contestaba.

— Dios mío —murmuré.

Dejé que el celular sonara, no iba a perderme la película que estaban presentando.

Cuando vi a Irak salir del baño le hablé:

— Jessie te estaba llamando.

Me miró con nervios, o al menos así lo sentí yo.

— ¿Estás bien? —fruncí mi ceño—. Ella te estaba llamando, así que dejé que ese aparato sonara.

— Bien —se sentó en la cama.

— Ajá —murmuré.

— Será mejor que lo apague —sonrió—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

— Sí.

— Tienes dieciocho años, ¿por qué sigues estudiando?

— Me metieron un año tarde —contesté—. ¿Por?

— Por nada, simple curiosidad —se acostó.

Mordí mi labio inferior.

— ¿Cómo conociste a Albert, y a Palmer?

— Estaba en segundo de primaria, y estábamos en un paseo escolar. Yo estaba aburrida de seguir a la profesora así que, me alejé del grupo en el que estábamos todos —reí—. Albert me siguió, y Roberta también.

— ¿Roberta? —se rió.

— Ese es el nombre de Palmer, no estás esperando a que un apellido sea un nombre.

— ¿Palmer es un apellido? —frunció el ceño.

Bruto.

— Es muy obvio, Irak —sonreí—. A Palmer no le gusta su nombre, pero no se lo quiere quitar porque ese fue el nombre que le puso su madre.

— ¿También murió?

— Sí —murmuré—. Era una gran mujer.

— Oh.

— En fin, no metamos cosas tristes aquí —suspiré—. No sé porque me siguieron, pero lo hicieron de alguna razón u otra. Ellos se presentaron como siempre, y ahí, Justo ahí. Albert dijo que le gustaban los niños, y no las niñas.

Nueva princesa, nuevo problema [LHC #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora