Un poco más

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-Es el único asiento que queda disponible- dijo la vendedora de pasajes con una sonrisa amplia. Compré el ticket del asiento libre que quedaba para poder volver a mi casa. Pensé que solo había sido un poco de suerte.
Esperé tranquilamente en el terminal de buses. Mi ticket pertenecía al número 42, pasillo, lo que significaba que alguien estaría sentado a mi lado, en la ventana, ocupando el número 41.
Llegó el bus y la gente se arremolinó alrededor como putos animales hambrientos para intentar subir a la máquina como si la vida se les fuera en ello. Lucían desesperados por tomar un asiento que ya tenían asegurado con anticipación, ignorando el hecho que nadie podía quitárselo.
Subí cuando ya se había despejado el caos, y caí en la cuenta que mi asiento estaba en la última fila, exactamente al final, por lo que avancé lentamente por el pasillo del bus.
Mi compañero de viaje ya estaba ahí sentado. Era moreno, un color de piel provocativo y delicioso. Usaba una polera blanca sin mangas, por lo que dejaba a la vista sus anchos hombros. Tenía su vista concentrada en la ventana del bus, mirando hacia a fuera, y cuando llegué a su lado, me brindó una mirada. Sus ojos eran casi negros, intimidantes.
Penetrantes.
Ocupé mi lugar dejando mi mochila en mis piernas y sentí como el muchacho a mi lado se removía en su asiento. Tenía el pelo oscuro muy corto y varonil, y sus brazos se cruzaban en su pecho de forma rígida. Busqué entre mis cosas y saqué el libro que estaba leyendo, concentrándome en él. Me esperaba cerca de una hora de viaje, por lo que me dejé llevar por letras y aventuras.
Cerca de 40 minutos depués lo sentí.
Sentí su pierna chocar contra la mía. Los dos estábamos usando shorts por el calor de mierda que había en la ciudad. Sentí su pierna chocar contra la mía, cómo los vellos de su extremidad hacían cosquillas contra los míos. Me sobresalté, pero no hice nada. Me encontraba escuchando música, ya que el libro me había mareado un poco y lo había guardado de nuevo en la mochila que llevaba en mi regazo.
Pensé que me había tocado por accidente, que había sido una equivocación. Pensé que nadie se arriesgaba así como así a tocar a alguien más, por lo que intenté no entrar en pánico.
Y volvió a chocar su pierna contra la mía. Un escalofrío placentero me recorrió la espalda, una sensación que hizo que se me erizara la piel. Quería que volviera a hacerlo.
Y lo hizo.
Esta vez yo también participé, frotando mi pierna con la suya. Su piel estaba tan cálida, tan suave que podía sentir sus músculos tensos. La sensación me estaba volviendo loco, tanto que olvidé lo virgen que era y la nula experiencia que tenía en juegos sexuales. Pero eso no me detuvo.
Ninguno de los dos se miraba de frente, solo por el rabillo del ojo, pero podía notar su cara de exitación, del placer que es capaz de brindar algo tan simple como frotar tu pierna con un completo desconocido en un lugar completamente público.
Y yo también lo estaba disfrutando, Dios sabe cuan bien lo estaba pasando. No me preocupaba donde iba a terminar todo, ni que al bus le quedaran pocos minutos de trayecto, solo me importaba no perder ese fuego que me recorría y que ponía mis terminaciones nerviosas a mil.
El chico se movió un poco más a mi lado, por lo que lo imité, hasta quedar casi pegados, hombro con hombro, lo que me permitía sentir su respiración agitada, como la mía. Tenía miedo, sí, pero su morena piel junto a mí era más importante que todo lo demás. De forma instintiva, crucé mis brazos al igual que él, dejando mi brazo derecho sobre el izquierdo. Él estaba de la misma forma, pero a la inversa, por lo que con su brazo derecho (que quedaba oculto por el izquierdo al estar cruzados) comenzó lentamente a recorrer mi brazo con la punta de sus dedos, provocándome, adueñandose de mi espacio, pero a la vez pidiendo permiso para adentrarse un poco más. Y yo iba a decirle que sí a todo. El chico tímido que yo era se había quedado abajo del bus. Cerré los ojos y deje escapar el aire de mis pulmones lentamente. Quería un poco más de él, y él lo sabía, por lo que tomó la mano de mi brazo izquierdo, el que estaba oculto, e hizo cosquillas en mi palma con sus dedos. La sensación de hormigueo que se desató por mi cuerpo, especialmente en mi entrepierna me hizo querer morir. Quería bajarme del bus y porder tocarlo como se debía, quería mirar directamente a los ojos negros de ese desconocido y dejar que él hiciera conmigo lo que quisiera.
Porque esas cosas no le pasaban a chicos como yo, y debía aprovechar al máximo la oportunidad.
Comenzó a jugar con mis dedos, moviendo los de él lentamente entre los mios, hacia adentro y hacia afuera. Yo sabía lo que él quería.
Me quería a mi.
Me deseaba a mi.
A un chico que con suerte conocía lo que era un pene porque él mismo tenía uno. El chico lleno de inseguridades que a ese desconocido no le importaban, porque nunca las llegaría a conocer.
Y yo lo deseaba a él, a un muchacho que nunca en mi vida había visto y que había tenido la valentía suficiente como para empezar a toquetearme, encontrándose con la sorpresa de que yo quería seguir su juego, a pesar de no saber nada de lo que estaba haciendo.
Me dejé inundar por el aroma de su sudor, ya que él y yo teníamos nuestras frentes llenas de gotitas pequeñas y brillantes. Y sentía nuestras piernas tocarse, soltando chispas de electricidad entre ellas, deteniendo el tiempo y apresurando mi presión sanguínea.
Y sentía su brazo junto al mío, y sus dedos literalmente violarse a los mios, con cosquillas en la palma de mi mano de vez en cuando, acción por la cual debía retener un gemido, el cual moría antes de que pudiera salir de mi boca.
Yo quería un poco más de él.
Él quería un poco más de mi.
Pero el bus se detuvo y todos los pasajeros comenzaron a bajar.
Lo perdí entre la multitud. Él no me buscó y yo tampoco, por lo que caminé rápidamente a mi casa, llevando mi mochila al frente para que tapara cualquier rastro que delatara lo bien que lo había pasado en el bus.
Solté una carcajada, porque no podía creer lo que había pasado.
Aún no lo creo.
10 - 02 - 2016

Si llegas a leer esto, chico moreno, solo puedo decir: gracias

One Shots / Un relato, una historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora