Capítulo 29: Pertenecer

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-Especial... Es una buena palabra.

-Sí, lo es.- Félix mostró una sonrisa que iba recargada de orgullo, algo que en cualquier otra persona hubiera sido tan irritante, pero para los ojos de Daniela le parecía algo tan encantador. Todo lo relacionado con Félix le parecía increíble, vivaz.- ¿Cómo llegó a esa conclusión? Quiero decir... ¿Como descubriste este método para no temer a la quimioterapia?

-La vida me la enseñó... Tardé al menos unas ciento cuarenta y tres quimios para darme cuenta que no valía la pena adjetivar la quimioterapia con ese adjetivo simplemente porqué la gente lo relacionaba con el dolor. Así que hice la lista de las seis cosas que más temía y después escogí la que más miedo me daba...

-¿Puedo preguntarle cuál es?- El anciano mostró una dentadura amarillenta, pero perfectamente alienada. Toda la cara se le recubrió de arrugas y eso hizo que su sabiduría fuera más palpable.

-No ser ese cinco por ciento de posibilidades de salvarme. Ese es mi mayor miedo ¿Y el suyo?- Daniela notó un doble pinchazo al escuchar esa declaración y esa pregunta que hizo que el cuerpo de Félix se tensará de golpe. Daniela recordó que cuando ella le explicó su miedo le preguntó por el suyo, y él le contestó que no temía a nada... Pero eso ella sabía que era mentira.

-Es... una estupidez.- El chico sacudió su cabeza y todos sus rizos botaron.

-Todos los miedos son estúpidos, pero no hay que tener miedo a nombrarlos en voz alta.- Félix alzó su cabeza y miró los ojos oscuros del anciano.

-Mi padre murió hace un par de años de cáncer de testículo, y bueno... Tengo miedo a qué...

-¿A qué te ocurra lo mismo que a él?- Félix negó con su cabeza a la insinuación del hombre de una calva que parecía que la había lucido de por vida a causa de su enfermedad.

-A no volverle a ver... Realmente creo que la poca fe que me queda en Dios y en la vida tan injusta que nos ha dado para vivir, es que algún día cuando llegué mi hora me podré reunir con él de nuevo en el cielo, en el subsuelo o dónde sea, y...- La voz del chico se quebró el mil trocitos, haciendo que tuviera que detenerse y serenarse.- Y decirle que es la persona a la que más he podido querer en esta vida. Eso es lo que me da miedo... Que ese Dios que nos cuida y nos protege desde arriba no exista y no me de eso que tanto necesito. Decirle a mi padre que le quiero.

-Es un gran miedo.- Confesó el viejo.- Uno al que deberías de aferrarte siempre a tus malos momentos para ver tus problemas más fáciles de resolver.

-Gracias.- Félix mostró una sonrisa tímida. Parecía mil veces más ligero que hacía unos minutos. Era como si al confesar su gran temor en voz alta le hubiese otorgado su libertad, y eso a Daniela le gustaba. Le gustaba ver a su chico con más fuerza y que su relación hubiera subido un escalón más.- Bueno, tenemos que irnos. Muchas gracias por compartir su secreto conmigo Señor...- Félix se levantó de la cama y cogió a Daniela de la mano para guiarla hasta la puerta entreabierta, pero se detuvo, vacilante.- Ahora que caigo... ¿No me ha dicho su nombre, verdad?

-No, no se lo he dicho.

-¿Por qué?

-Digamos que a veces la vida te regala personas en momentos puntuales que te ayudan en algún momento de la vida, pero solo en ese momento. Luego cuando llega la hora de las despedida no es tristeza lo que sientes, sino satisfacción.

-¿Insinúa que no nos volveremos a ver?

-Puede ser, quién sabe.

-Nos volveremos a ver, ya lo verá.- Félix apretó con fuerza la mano de Daniela, haciendo que la chica le devolviese un apretón conciliador.

Perdona pero, te vas a enamorar de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora