Capítulo 35: Ángeles que vuelan alto mientras las peonzas giran sin rumbo.

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*Narrador Diana

El sabor de mi boca era repugnante. Tenía una mezcla de sabor a metal, como hierro oxidado y un sabor muy pesado entre mis dientes. Todavía con los ojos cerrados escupí esa substancia y solo después abrí mis ojos. Vi unas pequeñas gotas mezcladas con lo que era mi saliva transparente con una capa rojiza.

Era sangre.

Cuando quise colocar mis manos en el suelo para incorporarme noté como algo me lo impedía. Era un material áspero y estaba haciendo que mis piel se irritara ¿Cuerdas? Miré mis pies y efectivamente también lo tenía atados con otra cuerda. Antes de perder el control, me puse boca arriba y me impulsé con mis manos detrás de mi espalda para poderme sentar. 

Escuché mi respiración. Estaba alterada y quería gritar. Pero no lo hice. Sabía que estuviera dónde estuviera esto no eran buenas noticias y llamar la atención a mi secuestrado era lo último que me beneficiaba. Miré a mi alrededor. Estaba rodeada de más cuerdas, cajas de madera, cañas de pesca, telas blancas... Y no estaba totalmente quieta. Estaba flotando.

¿Estoy en un barco? ¿Dónde narices estaba?

La habitación era un camarote que lo utilizarían como algún tipo de almacén. Comencé a presionar mis cuerdas, pero cuando más lo hacía más parecía que me apretaban. Pero no me detuve en seco hasta que no escuche un disparo. Escuché voces. Gritos. Una alarma. Y después nada.

¿Están asaltando el barco? ¡Lo que me faltaba! Comencé a desesperarme. Solamente recordaba que cuando me fui tras Berto alguien me cogió por las espaldas en el sendero del cementerio y me tapó la boca con un trapo. Después todo se volvió oscuro y hasta que me he despertado aquí.

Quizá no era un asalto. Quizá Adam y Berto me habían echado en falta y habían venido a socorrerme... ¿Pero como puedo pensar eso? Berto se piensa que he escogido a Adam, y Adam... seguro que piensa que he escogido a Berto. Cuando realmente no sabía en que narices estaba pensando cuando dejé que Adam me besará y cuando dejé que Berto se marchará. Estaba otra vez en las mismas. Sin saber a quién elegir, pero tenía que hacerlo ya. Adam tenía razón. Les había hecho esperar demasiado. No puedo seguir alargando más lo imposible den aplazar.

Y ya sabía a quién quería.

Ahora podía verlo.

Recordé su sonrisa y sentí miedo. Miedo a no volverla a verla nunca más. A escuchar su voz, su risa y su forma de hacer de todo mi mundo un lugar perfecto. Y esa necesidad que sentía en decirle que yo también le amaba, que era imprescindible en mi vida, me armó de valor y fuerza y seguí estirando mis manos, intentando deshacerme del amarre.

Escuché más ruidos. Esta vez eran pasos. Pasos que bajaban a toda velocidad por unas escaleras. Después escuché como alguien impactaba con fuerza su cuerpo contra la puerta de metal blanca del almacén. Escuché voces. Sus voces.

-¡Berto! ¡Adam! ¡Ayuda!

-¡Diana!- Y de nuevo sus dos voces al mismo tiempo, llamándome. Sentí como mi pecho se contraía y se relajaba rápidamente y de forma irregular.

-Vamos a sacarte de ahí.- Era Berto.- Adam, vamos: Tres, dos...

Una enorme masa de polvo se levantó y creo una nube que bloqueó mi campo de visión de la puerta. A los pocos segundos pude ver el destello de unos cabellos dorados saltar por encima de la puerta, y después como le seguían un pelo alborotado de un castaño clarito. Berto se acercó a mis pies y Adam a mis manos, y entre ellos dos me quitaron las cuerdas mientras me saturaban de información.

-Don Enrique te ha secuestrado.- Me explicó Berto a la pregunta que no había tenido ocasión de mencionar en voz alta.- Os encontramos en la salida del puerto de Barcelona. Unos segundos más tarde y nosotros y mis hombres no hubiéramos llegado a tiempo.

Perdona pero, te vas a enamorar de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora