Final. Era todo lo que pensaba Desiré. Quería que todo esto se terminará. Incluso antes que los ojos de la chica se abrieran y fuera consciente que se encontraba enchufada a miles de cables que le ayudan a respirar, controlaban el latido de su corazón, y probablemente muchas más cosas que ella desconocía.
¿Pero que terminase el qué? Eso era lo que le faltaba. ¿El estar en esa habitación (aparentemente de un hospital que le era muy familiar) sola? ¿Tuviera lo que tuviera con Gastón? ¿Con Ángel? ¿O algo más general y concreto al mismo tiempo?
La chica se quiso reincorporar, pero lo único que salió de ella fue un ruido sordo que raspó toda su garganta. Escucho pasos, pero no se acercaron a ella. Sino a la puerta. Cuando su vista se acostumbro al sol de la mañana que entraba por un enorme ventanal, se dio cuenta que la puerta del cuarto estaba abierta. Alguien había estado allí con ella y acababa de salir al escucharla gemir. ¿Pero quién?
La joven intentó hacer memoria de lo que ocurrió ayer por la noche. Las dos últimas dos semanas había estado en casa de Gastón, así que anoche ella también debería de haber estado allí. Recordó que ella no quería cenar, pero Gastón le insistió. Ella, después estaba en la encimera de la cocina. Él se acercó y la besó. En ese momento, inconscientemente la mano de la chica se alzó y se dirigió hacía sus labios. Se los acarició y le vino en mente el sabor de vino y avellana de la boca de su supervisor.
Cerró los ojos con fuerza para intentar sacarse esa idea de la cabeza y siguió recordando. Ella se fue de la casa de Gastón y comenzó a llover. Vómito. Vómito las fresas con chocolate que había tomado con él de postre. Tan solo recordarlo Desiré estaba deseando levantarse de la cama y correr al lavabo para seguir vomitado, aunque ya solamente quede bilis en su estómago. Pero ella lo pensaba así. Pensó que haber comido eso no tenía ningún tipo de perdón. Ella no podía comer eso. No podía porqué sino, no sería todo lo bella que tenía que ser para él. Ella siempre ha sido poca cosa para él. Ella lo sabía aunque él siempre se lo había negado, pero Desiré no le creía.
Ya no creía en nada.
Picó al timbre del piso de Ángel. Nadie contestaba, pero ella no se detuvo. Hasta que finalmente sus fuerzas le fallaron y cayó al suelo. Volvió a vomitar... ¿O quizá no? No... no vómito a propósito. Notó como algo la estaba haciendo arder por dentro y escupió. Era algo viscoso. Después unos brazos le alzaron...
Inesperadamente, percibió como la puerta se abría un poco más de lo que ya estaba y alguien entraba a la habitación. Unos pasos se acercaron a Desiré y se detuvieron delante de ella.
-Ángel...- Susurró la chica en un hilo de voz.
-No, Señorita Watson. Soy la Doctora Puig.- Desiré giró lentamente la cabeza (era todo lo deprisa que podía ir). ¿Qué demonios hacía allí la Doctora Puig?
-¿Dónde está Ángel...?- Desiré se avergonzaba al hablar. Su voz sonaba reseca y muy desafinada, como si hiciera años, décadas, que no la utilizaba para expresase.
-Está fuera ¿Quiere que entre?
-Sí... Por favor.- La chica observó como la Doctora, la misma Doctora que había atendido a su chico cuando estuvo en ese centro de rehabilitación, se dirigía a la puerta. La abrió y sin salirse de ella le hizo un gesto con la mano.
Desiré, ansiosa de volverle a ver, contempló como la Doctora se volvía acercar a ella y se hacía a un lado. Lo siguiente que vio fue como un calzado, unos mocasines negros bastante formales. Siguió subiendo la vista y se encontró con unos tejanos oscuros que ceñía perfectamente su cintura, dejándolos colgar con una gracia espontanea que lo hacía natural y sexy. Llevaba una camiseta blanca que marcaba sus bíceps y un vientre plano, e incluso tonificado. Era increíble lo que podía llegar a cambiar físicamente una persona en dos semanas. Desiré recordó en como Gastón le repetía que tenía que comer más, que estaba adelgazando muchísimo por culpa de Ángel, pero ella no lo veía. Desiré se veía cada vez peor, rehuía los espejos. No los soportaba. No se soportaba a ella misma.