Capítulo 39: Elección dividida

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-Ya estoy lista.- Dijo Diana mientras terminaba de colocarse la mascarilla sobre su boca. Se acercó al enfermero que le había guiado por la UCI hasta una sala blanca que le recordó al vestuario del internado, pero en vez de estar repleto de pelotas de voleibol habían batas verdes y gorritos cutres de plástico colgando en los colgadores.

-Acompáñeme, por favor, Señorita Martínez.- La chica observó como el enfermero empezó a caminar pasillo recto apresuradamente. Estaba claro que aquí en el hospital iban con prisas a las veinticuatro horas del día. Diana, a pesar de tener las piernas escasas de largura, pudo seguir el veloz paso de ese chico de unos treinta y poco años hasta que se detuvo delante de un ventanal transparente y una puerta blanca.

Y allí estaba él. Des de fuera pudo ver a un muchacho de cabellos dorados rodeado de miles de cables y tubos. Diana sintió como su corazón palpitaba de una tristeza que arrasaba con toda esperanza a que Adam pudiera recuperarse. Y sí esa fue la sensación que tuvo al observarlo desde fuera, desde dentro fue como si el mundo, literalmente, dejará de girar sobre sí mismo.

-¿Está bien, Señorita? ¿Quiere que le traiga algo?- Diana negó con ayuda de su cabeza sin quitarle la vista a Adam.- Estaré fuera. Cualquier cosa avíseme.- Y repitiendo el mismo gesto Diana dio un paso hacía delante, dónde después la puerta fue cerrada a sus espaldas.

Diana odiaba ver la serie de CSI. Ella recordó que cuando pasaba los veranos en casa de su abuela, ella siempre se pasaba las noches viendo esas series dónde aparecían cadáveres o gente enchufada a máquinas. Odiaba esas escenas, pero su abuela le obligaba a verlo con ella con la escusa que no escuchaba bien y Diana tenía que irle repitiendo los diálogos como podía.

Y sí esa serie ya le impactaba, ver a una persona en directo, una persona que amaba con todo su ser en un estado peor que el que sacaban por la televisión en horario no infantil, fue como encontrarse en una cruel y verdadera pesadilla.

La boca de Adam estaba abierta y por ella entraba un tuvo que lo ayudaba a respirar. Tenía cinco cables de diferentes colores pegados muy por encima del pecho, dónde había una enorme cicatriz grapada temporalmente. De los dos brazos tenía otros cables, y en uno de ellos un gotero que seguramente le suministraba la morfina para que no sufriera. Su cuerpo estaba cubierto por un poco más encima de su ombligo. Diana cuando se acercó a él se la subió hasta la cicatriz.

Diana deseaba pasar sus dedos por encima de esa raya rojiza que destrozaba la suave y morena piel del muchacho. Quería hacerla desaparecer. Pero sabía que sí la tocaba lo único que podía conseguir era infectarsela.

Escuchaba el sonido de la máquina respiratoria, que respiraba por Adam. Y también el latido de su corazón, que era constante y regular. Diana supuso que eso era una buena señal. La chica se acercó un poco más a él y acarició uno de sus mechones dorados. El mismo mechón rubio que caía siempre por encima de sus ojos, y se lo apartó con ternura.

Segundos más tarde, su vista se nubló y vio como el rostro de Adam estaba mojado. Eran sus lágrimas que caían sobre la cara de ese chico que había puesto su vida por delante de la de ella.

-¿Qué has hecho, Adam...?- Susurró la chica mientras pasaba su mano por su frente hasta llegar a las pestañas de su ojo derecho. Eran largas y extrafinas. Subió su dedo indice y su dedo corazón por una de sus cejas y se la peinó pasando varias veces por encima de ella.- Que te llamen pequeño Robin Hood no significa que lo seas.- La chica alejó la mano de la cara de Adam y retrocedió un par de pasos.

Diana se volteó y se llevó las manos a la cara. Limpió las lágrimas negras que comenzaban aparecer por sus mejillas a causa del maquillaje, se sorbió la nariz con fuerza hacía dentro y volvió voltearse. Pero él seguía teniendo en mismo aspecto.

Perdona pero, te vas a enamorar de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora