Capítulo 32: Nunca te olvides de mi nombre

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*Narradora Daniela.

-¿Daniela?

-Mmm...

-¡Daniela!

-¿Qué?- Fue lo primero que salió por mi boca incluso antes que pudiera ver a Adam, con los ojos abiertos al máximo, zarandeándome de los hombros y con el cabello dorado revuelto, como sí hubiera estado revolviendoselo con nerviosismo

-¿Y Félix?

-Conm...- Volteé la cabeza y estoy segura que puse la cara más patética de mi vida. ¿Cómo narices no había podido notar que Félix ya no se encontraba a mi lado?- ¿Dónde coño está tu primo?- Noté como el corazón se me comenzaba acelerar. Ni siquiera me había dado cuenta que me había levantado de la misma cama dónde me había quedado dormida escuchando la respiración de ese capullo que había desaparecido por completo. Adam me miró con la misma cara de desesperación que yo le estaba mirando a él.

-¿No habrá sido capaz de...?

-¿De irse sin despedirse?- Susurré terminando su frase.- No. No ha podido hacer eso.

-Sí. Sí que ha podido. Félix odia las despedidas.- Adam se pasó su mano por su cabello alborotado. Lucía cansado. Como todos desde que nos esteramos que Félix tiene cáncer. Incluso teniéndole al lado, durmiendo conmigo, era incapaz de no tener las mismas pesadillas de siempre. Pero por suerte las sufría en silencio. Me despertaba sudorosa, pero congelada. Tan congelada que no era capaz de moverme. Solo me quedaba durante horas indefinidas intentándome tranquilizar de que Félix estaba roncando a mi lado tan tranquilo, que no le había ocurrido nada malo, que todo era una pesadilla.

Pero esto no parecía ser una pesadilla. Porqué Félix ya no estaba a mi lado.

-Me da igual. Él me dijo que me despertaría. Se lo pedí.

-A veces parece que no conozcas a mi primo. Nos ha mentido, Daniela. Nos dijo a primera hora de la mañana, pero estoy seguro que le han llevado antes...

-Pues vamos.

-¿A dónde?- Me preguntó Adam sin intender. Este hombre a veces podía parecer tan inteligente y a veces tan corto.

-¡A buscar a tu primo antes de que lo metan en la sala de operaciones! ¡CORRE!- Le empujé hacía la puerta y al momento pareció que sus neuronas hacían Clack y se conectaran para darle la orden que corriera, sin ninguna dirección, pero que hiciera algo.

Cuando recorríamos los pasillos sin exactamente saber hacía dónde ir, me di cuenta que yo le seguía y Adam me seguía a mi. Hasta que finalmente nos cruzamos a una enfermera y de forma tanjante Adam le preguntó por la sala de operaciones. La enfermera, a pesar del tono de Adam nos indicó el camino de una forma sencilla e imposible de perderse.

Cuando llegamos al final del pasillo pudimos ver una fila de sillas, pero no había nadie sentado en ellas. Justo en ese momento, un médico salió de las dobles puertas verdes. Llevaba una mascarilla que le cubría la boca, su traje verde y unos guantes de látex blancos. Sin dudarlo ni un solo momento, le corté el paso.

-Perdone ¿El paciente Félix Ortiga sabe dónde está? Lo tenían que operar está mañana a primera hora, pero cuando hemos llegado a su cuarto ya no estaba.

-Acaban de empezar la operación hace cinco minutos, señorita. Sí me disculpa, tengo que irme.- Y aunque hubiera querido coger a ese hombre del cuello y decirle que detuvieran ahora mismo la operación, que sí Félix no se había despedido de mí no podían hacerle está operación que colgaba de un hilo, no hasta que se despidiera de mí. Pero no hice nada.

Ese fue el gran problema. No hacer nada. Quedarme allí de pie como una idiota, mirando las puertas verdes de dónde había salido ese doctor, enfermero, lo que fuera...

Perdona pero, te vas a enamorar de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora