Una mordida significaba mucho en el mundo vampírico, y aún más en las almas gemelas. Compartir una mordida significaba unirse aún más de lo existente. Significaba pertenecerse el uno al otro completamente, darle el derecho de todo sobre ti mismo.
Caminé temerosa hacia atrás intentando posponer la situación aún más, aunque tenía la certeza de que era inevitable.Sus ojos estaban completamente rojos, sedientos de probar mi sangre.Choqué mi espalda contra la firme pared y supe que me encontraba al borde del abismo.
—No te resistas, Dasha—susurró con la voz ronca—.Sabes que sucederá,¿verdad?—No contesté, sólo me limite a observarlo rendida, no podía hacer nada. Simplemente me tocaba dejar que suceda, luego se me ocurriría algo—,si no te resistes sentirás todo lo contrarios al dolor, sentirás placer.
El día que volví, cavé aún más mi propia tumba, ese día me arriesgué a perder todo, en especial lo que más anhelé; la libertad. El tener libertad era genuino, significaba ser dueño de cada una de nuestras propias acciones sin estar bajo el acecho de nadie. Y eso es lo que yo perdí, dejé de decidir por mí misma y comencé a ser manejada como un títere.
Quizás me llevaría bastante tiempo poder salir de éste lugar, pero la esperanza aún no estaba perdida. Quizás pasarían años; no lo sabía con exactitud pero en algún momento lo lograría.
Sus manos me aproximaron a su cuerpo, haciéndonos quedar extremadamente pegados. Yo estaba quieta como una roca sin poder hacer movimiento alguno. Acarició mi piel por arriba de mi vestido y hundió su cabeza en mi cuello. En una velocidad rápida,me hizo caer sobre la cama y se subió encima mío a horcajadas, inmovilizándome por completo.Una lágrima traicionera se asomaba por mi rostro, pero rápidamente la sequé. Su cabeza nuevamente volvió a mi cuello y comenzó a dejar pequeños besos haciendo estremecer mi piel ante su contacto.
Sí, éramos almas gemelas y era evidente que mi cuerpo reaccionaría ante su contacto, pero no mi mente y tampoco mi corazón.
De un momento a otro, sentí como sus colmillos salían a flote y pinchaban mi piel en el lugar exacto. Sentí un pequeño dolor que de a poco se fue desvaneciendo para reemplazarlo por placer. Muy lentamente sentí como la sangre abandonaba mi cuerpo,llevándome al éxtasis. Clavé mis uñas en la cama intentado sofocar los pequeños gemidos que querían salir desde mi garganta sin pudor alguno.
Sus manos sostenían con fuerza mi cintura evitando mi movimiento. Sus colmillos abandonaron mi cuello con una sensación de frío. Posicionó su cabeza muy cerca de la mía haciendo que nuestras narices se chocaran, me observó fijamente mientras limpiaba y saboreaba los restos de mi sangre en su boca.
—Exquisita —murmuró. Que él diga que yo era exquisita, era más que un halago. Viniendo de él era muy extraño.
El olor que su sangre emanaba me seducía completamente, incitándome a probarlo. Quería hacerlo, quería sentir el sabor metálico de su sangre.
Sentí como mis colmillos se a largaban queriendo hacer su cometido. En un rápido movimiento, quedé a horcajadas de él. Arek sólo se limitaba a sonreír divertidamente permitiéndome tener el control por el momento.
—Se que deseas hacerlo, Dasha —habló con la voz cargada de deseo—. Hazlo si así lo deseas.
Sus palabras fueron suficientes para que clavara mis colmillos en su cuello justo donde se encontraba su sangre. Un gemido ronco salió de su garganta, indicándome que disfrutaba mi trabajo. El metálico sabor de su sangre comenzaba a ingresar a mi sistema llevándome al cielo propio. En lo que llevaba de eternidad, jamás había probado semejante exquisitez y probablemente nunca más lo haría. Su sangre era majestuosamente única, era como una droga de la cuál no podía liberarme ni aunque quisiera. Retiré mis colmillos con delicadeza y suspiré. Eso había sido realmente intenso, y no me arrepentía. Al fin y al cabo lo había disfrutado mucho.
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Almas Eternas
VampireEl recuerdo de aquella cálida noche de verano me erizaba la piel, y no es para menos, ese día encontré a mi otra mitad. Pasé cuatro siglos buscando a quién sería mi compañera de eternidad, y cuando finalmente la encontré, huyó de mi. No soy una...