La forma en que sus labios se movían al hablar, en cómo sus ojos no dejaban los míos, en cómo cada parte de su pequeño cuerpo hacía del mismo lo más bello que podría existir; eso es lo que más amaba de ella. No era nadie más, sólo ella.
Su forma de ver el mundo, la inocencia y maldad que a la ves cargaba me hipnotizaba. Todo en ella era el único diamante en el mundo, uno cuál debía ser cuidadado con cariño, algo que yo no pude hacer.
Aún no entendía cómo es que ella logró amarme, porque aunque no lo dijera, yo sentía que ella me amaba. Así como yo la amaba, infinitamente.Sentía la necesidad que ella permaneciera junto a mí por siempre, por toda la eternidad, por todo lo que nos tocase vivir juntos.
Amaba la sensación de tenerla junto a mí, de poder besarla, de poder tocarla, de poder sentirla. Ella era como una droga para mí, una cuál jamás dejaría, porque ella sería una parte de mi lo que nos restase de vida.
Y era ella misma quien me llenaba el alma, aunque no lo supiese. Era mi brújula en todos los sentidos. En ocasiones pensaba lo afortunado que había sido al tenerla como una parte de mí, al saber que ella sería mía aunque no lo quisiese.
También había muchas cosas de las que me arrepentía y quizás, lo haría siempre. Mi primer error fue el día que la conocí; aquel día, ella se encontraba de espaldas a mí, vestía un precioso vestido verde moho que resaltaba su pequeña y extravagante figura, su cabello caía por sus hombros haciendo de ella una pintura, pero aún así, ese día no sentí nada. No sentí ningún sentimiento nada más que aprecio por su belleza, porque eso era algo físico. Robarle su inocencia fue algo imperdonable, aunque sabía que tarde o temprano sería mía, es decir, ella fue destinada a estar a mi lado. Todavía recordaba la expresión de horror en su rostro suplicando para que la liberase, era una marca de fuego que quemaba mi piel y estaba seguro que siempre lo haría. Poseerla sin su consentimiento fue imperdonable.
Mi objetivo jamás fue amarla, jamás, y terminé perdiendo. Yo mismo había perdido mi propio juego, me enamoré. Jamás había buscado el amor, mi único objetivo siempre fue encontrar a mi alma gemela y dañarla tanto hasta llevarla al borde del abismo. Sabía que era algo cruel, pero para mí no sonaba así antes de completar la unión permanente.
Mi mundo solía ser oscuro, como un pozo sin salida hasta que ella llegó. Debía admitir que sólo sentía deseo por ella, pero aún así, mis pensamientos me decían que ella era un error. Claro, alguien como ella no podía estar destinada con alguien como yo, éramos totalmente opuestos en todos los sentidos. Su inocencia me facilitó todo el trabajo que había hecho por décadas, sólo era cuestión de destruirla.
La lastimé, y mucho. Debía ser sincero, en aquel tiempo, amaba verla sufrir. Amaba ver el odio en sus ojos, amaba que ella ensuciase su alma, amaba la crueldad en ella. Su sufrimiento era como una fuente de poder para mí, mientras más la dañaba, más fuerza tendría. Y es que si no fuese por la unión, seguiría siendo de ese modo.
Aunque... no debía mentir, no sólo fue la unión lo que despertó algo en mí, fue la luz que emanaba. Verla todos los días observar la naturaleza desde el balcón, me daba el tiempo suficiente para contemplarla preguntándome el por qué de mis "sentimientos" hacia ella. Y es que yo no podía amar, no tenía alma.
Era extraño, pero no imposible.
Obligarla a casarse conmigo quizás si fue una buena decisión, aunque no fue como ella hubiese deseado. Para mí el sólo hecho de tenerla era suficiente.
Aún recordaba el día que me disculpe con ella por mis acciones, fue la primera vez que me disculpé con alguien después de perderme a mi mismo, y me sentí bien.
No podía herirla, ni tampoco quería. Puede ser que antes era mi objetivo, pero dejó de serlo.
-¿Crees que ella volverá?-preguntó con voz serena,Will.
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Almas Eternas
VampireEl recuerdo de aquella cálida noche de verano me erizaba la piel, y no es para menos, ese día encontré a mi otra mitad. Pasé cuatro siglos buscando a quién sería mi compañera de eternidad, y cuando finalmente la encontré, huyó de mi. No soy una...