50. Son las hormonas

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Alexander.

Fue más complicado mencionar mi propósito, que el que ella accediera a mis encantos tan fácil. Gracias a la abertura en su pierna, fue mucho más rápido el poder entrar a su cuerpo. Seguramente a estas alturas ya la estaría buscando su acompañante, y aún sabiendo que alguien podría encontrarnos aquí mismo, no me importa.

La chica aún sin nombre, enterró sus dientes en la mano que cubría su boca para poder evitar que algún ruido saliera de ella, pero era tanta mi energía y lo que estaba sintiendo en ese momento, que le tomé muy poca importancia. Cabe recalcar que me he cuidado con cada chica con la que me he acostado los últimos días, y esta no es la excepción.

Cuando por fin terminé, y sin importarme el hecho de que tal vez ella no lo hubiese hecho, recoloqué la ropa fuera de su lugar, y sequé la capa de sudor de mi frente con la manga de mi camisa. La mujer desconocida seguía recargada sobre el balcón tratando de recuperarse por la actividad física de hace unos momentos, cuando yo ya me disponía a volver a adentro, y posiblemente también a irme de dicho lugar.

—Serías un excelente amante.—Recalca la última palabra, volteando a verme.

—Qué lástima que no repito la dosis con la misma mujer.

—¿Podría ser la excepción?

—Lo lamento, pero estás muy lejos de llegarle a quién es mi única excepción.—Su cara se torna de ofensa, y yo me encojo de hombros. Para mí es la verdad, y no hay nada mejor que ser cínicamente sincero.

Ella parece cerrar sus puños sumamente enojada por lo que acaba de escuchar, y cuando estoy a punto de decirle un par de cosas más que pienso sobre ella y su ser tan ofrecida, siento un jalón por detrás del cuello de mi camisa hacia adentro del lugar.

Posteriormente, sentí como era aventado contra la pared y un puño luego de eso se cerraba para estrellarse con cierto estrépito en mi rostro. Para cuando iba a recibir el segundo, lo esquivé y pude defenderme con un rodillazo en el estómago de mi atacante.

No necesitaba ser adivino para saber que desde el primer momento en que me jalaron, se trataba del acompañante de la chica sin aliento que había dejado en el balcón, y que era obvio me merecía cada uno de los golpes que estaba por recibir, aunque eso no quiere decir que yo vaya a dejar que eso suceda.

Recibí tantos golpes como devolví, hasta que la seguridad del lugar llegó a detener la pelea. La chica a la que había tenido rato antes, parecía estar satisfecha con el desastre que éramos ambos, ya que para ella era la situación perfecto en donde dos hombres se pelean por el amor de dicha mujer, pero está más que claro que yo solo peleaba por mí mismo y no por ella, ya que como he mencionado antes, está muy lejos de ser mi excepción.

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Llego a casa completamente abatido, pero con una sonrisa en el rostro. No puedo creer lo idiotamente vencedor que me siento. No debería ser de esa forma cuando me han machacado a golpes por haberme metido bajos las bragas de una persona con pareja, y no me queda duda de que el chico tierno y correcto está hundiéndose en bebida y mujeres.

Tomo mi teléfono una vez que logró acostarme con sumo cuidado sobre la cama, y por enésima vez marcó el número de Summer. Suena varias veces, hasta que entra el buzón por vez consecutiva. Hoy no me siento con ánimos de perder, y sé que ella sería la única que me haría olvidar el dolor físico que tengo en estos momentos. Insisto una vez más, y por fin suena esa melodiosa voz llena de amargura.

—Ya deja el teléfono por la paz, Alexander.

—Ahora menos.—Casi la puedo ver poniendo los ojos en blanco y con las manos cruzadas al frente.

Volverte a ver (inexplicable pt. 2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora