7 veces tonta

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En esta tarde tristemente soleada, solo somos el tequila, mis penas y yo.

Son varias las razones por las que estoy en este precario estado. Primero: me mandaron a freír huevos y ¡claro!, a que «hiciera lo que se me viniera en gana», así que exactamente eso es lo que estoy haciendo. Por otra parte —y como para empeorarlo— la persona que me ha pedido eso es mi novio de 7 meses, Rodrigo, ahora mi ex. Y la cereza del pastel (también conocida como la tercera razón para emborracharme hoy) es su discurso de «terminamos». Lo curioso de esto es que, de todo lo que dijo hace unas horas, solo una cosa ha calado tanto en mí que le estoy empezando a creer. Después de cinco shots de tequila (sin limón y sal, ¡vaya qué ruda!) sus palabras han obtenido muchas decoraciones, pero la esencia del mensaje no cambia. Era algo así:

«No soy yo, Samantha, ¡eres tú la del problema! Y si sigues así, te quedarás sola con todos tus gatos y tus chocolates».

Apuro un sexto shot y de pronto me parece que él ha dicho que tendría que envejecer con barros en la cara por el chocolate. Já, claro. ¡Como si a él no le fueran a salir por el...!

Una vibración debajo de mi muslo hace que salte en la cama. Me levanto para averiguar qué es, pero resulta mala idea: el suelo me recibe con sus brazos abiertos. El golpe en la cabeza me hace reaccionar a pesar del grave mareo. Cojo el teléfono que en ese momento deja de timbrar y reviso la pantalla.

«10 llamadas perdidas: Lena Stuart».

¡Lena! ¡Mi querida y mejor amiga Elena! No le he escrito desde el día anterior y ella debe estar preocupada porque no respondo, pero tampoco tengo ganas de que me vea así.

—Lo siento, Leni, pero este tequila es solo —hipo— mío.

Sin embargo, evitarla no está en el itinerario del día, al parecer. Un ruido me llega desde el exterior y de pronto alguien toca la puerta de mi cuarto con desesperación. Estoy segura de que si continúan así, la tumbarán.

—¡Si es papá o mamá, les digo que ya estoy bien grande y me puedo emborrachar cuando yo quiera! —anuncio.

—¡Créeme que si fuera uno de tus padres, ya hubiera mandado a volar la puerta! —gritan al otro lado y sonrío al reconocer la voz de Elena.

—¡Leniiii! —chillo aún desde el suelo con felicidad. Después de un segundo, las hormonas hacen mella en mí y frunzo el ceño—. ¡Si piensas que te daré de mi tequila, te equivocas!

—¡No me interesa tu estúpido tequila! Abre la puerta de una vez, Samantha.

—¡No! —grito desorientada. El revuelto que tengo en el estómago empieza a subir por mi garganta.

Elena murmura algo al otro lado y luego todo a mi alrededor se silencia. Mi almuerzo regresa a su lugar en el estómago dejándome un rastro de ardor en la garganta; necesito llegar al baño antes de que la comida ascienda nuevamente. Sin embargo, el chasquido que hace la puerta al abrirse no me da tiempo ni a reincorporarme. Miro hacia al frente y encuentro a Elena en el umbral con una sonrisa triunfal y una llave en su mano. ¡La muy...! ¡Encontró mis llaves de repuesto!

—¡Elena Stuart! —reclamo.

—Oh, no, Samantha. Soy yo quien te tiene que llamar por el nombre completo. ¡Mira el lío que estás hecha! ¿Qué puede ser tan malo para que hayas recurrido al tequila de tu padre? ¡Te va a matar cuando se entere! —dice arranchándome la botella que intento proteger—. Si no me equivoco, ¿este no es el que compró para la despedida de soltero de Matt? ¡Eres carne muerta, niña!

—Leni... —reclamo su atención—. Leni, ¡lo odio!

Se arrodilla junto a mí ignorando la botella y secándome las lágrimas que retornan a su cauce por mis mejillas.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora