—¡Y esta es la última!
Volteo a ver a mi sonriente mejor amiga ubicar una caja sobre un sillón y alzo los pulgares en señal de aprobación. Elena y yo por fin cumplimos nuestra meta de mudarnos a nuestro nuevo departamento con la ayuda de nuestros padres, y ahora que estamos solas, decidimos ponerle orden al lugar acomodando las cajas en las habitaciones que les corresponden. Debo acotar que nunca había visto a Elena tan sonriente como cuando logró derribar a Mateo y a Nicholas en el juego de la remuñona muchos años atrás. Nuestros papás estaban orgullosos de que uno de los cuatro fuera tan fuerte como ella demostró ser.
—Luces muy feliz —comento mientras ubico un reloj de pared en el espacio de la sala-comedor.
—Quién no lo estaría al probar la independencia. —Si es posible, sus labios se amplían más a lo ancho de su rostro, dejando ver incluso sus encías.
—Pensé que ya la habías probado cuando dormías donde Miguel. —Mi comentario pone una arruga en su entrecejo y desaparece la sonrisa que antes iluminaba su semblante. Elena me tira un cojín que alcanzo a atrapar antes de que se estrelle contra mi cara.
—No es lo mismo —acota sentándose en uno de los sillones que sus padres nos regalaron—. No vivía con Miguel; además, mamá siempre se ponía extraña cuando regresaba de su departamento, y a veces hasta ponía excusas para no dejarme ir con él.
—Si yo fuera tu madre, te ponía un cinturón de castidad.
—Si yo fuera la tuya, te cosía la va...
—¡Elena! —chillo y le lanzo el cojín que segundos antes ella me lanzó. Lena empieza a reír como desquiciada con ambas manos sobre el estómago como si le doliera. Me siento sobre ella con mi espalda recargada sobre su pecho intentando ahogarla con mi peso—. Basta, tienes los tornillos desajustados.
—¡No me dejaste terminar! —dice entre risas. Hago más presión sobre ella, pero eso solo logra aumentar su carcajada—. Iba a decir que te cosía la valiosa entrada de tu corazón para que ningún pícaro jovenzuelo se atreviera a lastimarte.
—Ja, ja, muy graciosa. —Me levanto y camino hacia el espacio que es nuestra cocina donde ya está instalada la refrigeradora y el microondas. Saco de la hielera un par de cervezas y regreso a la sala donde mi mejor amiga se ha acomodado junto a la única y gran ventana que ilumina el lugar. Le paso una botella y me siento junto a ella—. Si hubiera nacido ayer te creería ese cuento.
Lena suelta una risa vaga y toma el primer sorbo.
—¿Un brindis? —propongo y ella deja de beber para chocar su cerveza con la mía—. Por nuestra independencia.
—Por las pijamadas interminables —sugiere obteniendo mi aprobación.
—Por los bombones que no comeremos en este departamento. —Elena escupe un poco de su cerveza con mi acotación y vuelve a reír.
—Si ese es el plan... ¡Por la dieta que nunca empezaste!
—¡Oye! Claro que la empecé, simplemente la dejé en stand by. Mañana es lunes, otra oportunidad para retomarla.
—¿Te grabo y así evitamos que tengas que gastar saliva el próximo domingo o...? —La empujo con una inevitable sonrisa logrando derramar un poco de mi cerveza—. Este es tu nuevo récord, Samantha. Media cerveza y ya estás borracha.
—No lo estoy —refuto riendo, pero con tantas cosas buenas como mi nuevo departamento y la luna llena a la media noche junto a mi mejor amiga y un par de cervezas, no puedo dejar de hacerlo. Suspiro—. ¿Sabes? Ya estoy cansada de la dieta y toda esa cuestión.
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Sam y el amor (en pausa)
ChickLitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...