Primer romance: el «Big Bang».

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Miro la hoja donde he rayado el nombre de mi primer ex: Adrián.

Adrián..., el artista de la secundaria.

Él no fue mi primer amor, pero sí mi primer novio. En ese tiempo era un chico de dieciséis años como cualquier otro: lindo, coqueto, extrovertido y problemático. Y yo era rara, graciosa y una buena hija dedicada a mantener sus notas por encima del promedio. Lo nuestro era del tipo de romance que nadie espera en la secundaria. Algo explosivo y colorido, algo como el Big Bang.

Y bueno, representa el Big Bang para mí porque fue el comienzo de mi futuro desastre con las relaciones.

Para la época en la que inició nuestro coqueteo, mi corazón estaba confundido con mis sentimientos por Nicholas y la nueva atracción que sentía por mi compañero de clases, Adrián. A él le gustaba mi forma de ser —compartíamos asiento— y a mí me sacaban sonrisas sus bromas sobre la profesora. Era un vaivén entre ambos; algo así como un «te coqueteo, pero eres mi amiga», o un «me gustas, pero estamos bien así». Me sentía cómoda con él y el hecho de que Nicholas estuviera muy ocupado con la universidad y su nueva novia (una tal Nicole, ¡ay qué bonito, los Nicks!) hacía que me centrara sólo en Adrián.

Me gustaba el ritmo con el que iban las cosas, debo decir, pero llegó un momento en que ya estaba harta de ese tira y hala y fui franca con él. Le dije que me gustaba. Y él lo aceptó con una sonrisa, como si fuera un logro. Desde ese día empezamos a salir.

En mi grupo social era la sensación porque tenía novio —todos éramos unos raros que no conseguíamos la atención de nadie—, lo que me hacía magnífica. Pero si hubiera sabido que las cosas iban a ser tan patéticas, ni me hubiera alegrado por ello.

Con Adrián todo era divertido e inesperado, tal vez por el hecho de que yo no sabía qué rayos se hacía en una relación y él sí, así que intentaba seguirle el paso y me dirigía a su ritmo (que en la relación se tornó muy rápido, como si acelerando llegaríamos pronto al fin). El problema con eso era que me estaba moldeando a su manera y la graciosa Sam no era más graciosa ni se mostraba inteligente con sus actos. Constantemente volvía malhumorada del instituto a casa y me encerraba en mi cuarto excluyendo al mundo de mi vida.

Al mes de estar de novios tuvimos la primera discusión. Yo era la del problema porque era «muy fría», mientras que él era el sol de la relación.

«Bien, seré más cálida», propuse. Y lo fui. Pero al tiempo volvimos a discutir porque según él era muy celosa y no lo dejaba en paz.

«Bien, no te celaré más», dije. Y lo intenté. Pero de nuevo llegaron las discusiones y esta vez era porque mis amigos hablaban mal de él.

Para ese tiempo yo me había alejado de la gente con la que solía rodearme. Ellos se dedicaban a contarme cosas de Adrián y yo los ignoraba porque no les creía (o tal vez no les quería creer). Muchas ocasiones terminaba peleada con todos y deambulando sola por la escuela mientras que él simplemente desaparecía. En ese punto, sus demandas me parecían completamente injustas e ilógicas.

«¡Pero si siempre te defiendo!», le reclamaba: «y ellos ya no quieren saber de mí».

Sin embargo, no fue suficiente porque al rato la siguiente discusión era debido a mis mentiras. ¡Cuándo, me preguntaba a mí misma, si yo hasta le contaba por qué me vestía de púrpura y luego me cambiaba por azul!

Y así. Siete meses de tortura. Rompiendo y regresando. Llorando y riendo. La única que se mantuvo a mi lado fue Elena, la cual no dejaba de recomendarme que terminara de una vez por todas con Adrián. Lo intentaba, sí, pero mi corazón se derretía con cada mirada de él, por lo que terminaba faltando a mi palabra. Sin embargo, a pesar de que yo «seguía siendo una masoquista, adorando las rosas por sus espinas», Elena no desistió hasta que no le quedó más que darme la cachetada de la realidad.

El último mes de relación ella me contó que lo había visto con la nena que pasaba pegada a él en las clases que no compartíamos. A Elena no le gusta el chisme pero estaba harta de verme mal y, según ella, «de que Adrián me estuviera viendo la cara de tonta».

No me esperé más y le reclamé. Él se defendió diciendo que Elena estaba loca y que mentía. Pero a la semana de haber terminado, lo vi tomado de la mano con la misma chica que Elena me había dicho. Y contento. Con una sonrisa de oreja a oreja que no había visto antes.

Me dolió demasiado, especialmente porque había confiado en él mucho más de lo que me hubiera gustado. Era muy dulce conmigo y a pesar de las peleas, siempre regresaba con un «lo siento» y un detalle que me derretía. Pero con lo ingenua que era, no me había dado cuenta de que él se había sentido forzado a estar conmigo en una relación que no esperaba que durara más de una semana y que los detalles formaban parte de la venda que me había atado a los ojos.

Me sentí más vacía que cuando me enteré de que Nicholas tenía novia. No tenía ánimos de regresar a clases, ni de golpear el saco de box de Matt. Era un zombie sin hambre de cerebros que simplemente caminaba porque vivir no estaba entre sus opciones. Pero al final, lo superé.

Me costó demasiado, pero lo hice. Tenía que seguirlo viendo lo que restaba del colegio, pero con Elena a mi lado fue más llevadera la situación. En cuanto al resto de mis amigos, no quisieron saber más de mí, y tampoco intenté regresar a ellos. Sentía remordimiento de haberme alejado de ellos por un chico, pero la verdad es que les había perdido la simpatía.

Ese año de mi vida había sido como las ondas PQRST de un electrocardiograma, o como el sube y baja de una montaña rusa, ¡incluso como el registro de ingresos y egresos de una empresa en bancarrota! Como sea, había sido un completo desastre y yo había terminado exhausta.

Lo mejor a partir de ahí hubiera sido tomarme la vida relajada y seguir sola, como había dicho Elena hace unas horas. Pero está claro que no lo hice.

No, definitivamente no estaba en los planes del destino que lo hiciera.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora