La libertad de la tanga y el sostén.

253 35 16
                                    

«Si no hay pruebas, no hay delito», «si no hay testigos que lo afirmen, no ha sucedido», «el que no ha pecado, no puede lanzar la primera piedra», ni la segunda y tampoco la tercera; si es posible, ¡ni la séptima! Suspiro. Tranquilizar mi mente es una tarea imposible en estos momentos.

Cierro el libro de autoayuda y lo dejo sobre la mesa de centro de la sala. Ayer, mientras limpiaba la casa como terapia de relajamiento, encontré una caja llena de textos de ese tipo; es así como descubrí por qué el manual de los corazones rotos llego a mis manos. Mamá se suscribió a la revista de una editorial no muy famosa para recibir libros de cocina y repostería (como si el curso que hicimos juntas no le hubiera bastado) y terminó aceptando las promociones de dos por uno donde te venden al precio de dos (pero con la oferta de que estás pagando solo por uno, no lo olviden) un par de libros: uno de cocina y otro de autoayuda. Si me hubiera enterado antes de ese mal negocio que hizo mamá, prometo que no lo hubiera permitido. El punto es que, dada la curiosidad y la desesperación por borrar de mi cabeza la noche del viernes, revisé los títulos esperando encontrar algo que ayudara a ordenar las emociones turbulentas que no han dejado de atormentarme. Y fue ahí que lo encontré, el manual de la culpa o como su autor —que resulta ser el mismo del manual de los corazones rotos— lo llama «Combatiendo la culpa». Oh, sí, Samantha se está sintiendo culpable.

Debo admitir que por un momento tuve ese pensamiento pecaminoso y traidor de que todo empieza así, con las bromas y peleas, con la química desbordante de dos cuerpos, con la promesa de que todo será nuevo y que, por lo tanto, vale la pena probarlo; como si valiera la pena intentarlo. Y fue después de ese mísero segundo —que en realidad duró como cinco minutos— que empecé a sentir la dichosa culpa. Quiero decir; después de haber tomado la decisión de aprender a vivir en soledad y disfrutarla como se lo merece, después de haber cumplido por al menos cinco días mi meta de no pensar en nadie y comer bien, ¡terminé siendo besada y alborotada por un tipo que ni siquiera había logrado mover mi piso antes y me atiborré de pizza! Ahora no lo puedo determinar con facilidad, pero conozco la facilidad con la que caigo y la contradictoria fuerza con la que lucho por no hacerlo, por lo que me aferraré a la segunda; tanto para el amor como para la comida, aclaro.

Miro la portada celeste del libro de autoayuda y lo recojo para abrir nuevamente en la página de mantras en la que estaba. Leo el último: «Hay dos días de la semana que no me preocupan: uno de esos días es ayer..., y el otro día que no me preocupa es mañana». Bueno, tal vez de ayer no me preocupo mucho pues solo comí pizza, pero anteayer besé un sapo y existe la posibilidad de que lo vea en la empresa mañana. ¡Cómo no!

El timbre suena y papá sale disparado a la puerta a abrir. «Es Sarah».

—¡Sarah! —Pueden empezar a llamarme adivina. Como es domingo de filmes en familia, Sarah, su hijo-feto y mi troglodita hermano aceptaron reintegrarse a la costumbre de los Wilson, por lo que papá no ha ocultado en todo el día su emoción por ver a la futura madre de sus nietos. Digan lo que quieran, pero el oso mayor es toda una ternura.

Los escucho saludarse y al instante, aparecen por el umbral de la sala.

—Hola, Sami —saluda Sarah acercándose para besar mi mejilla.

—No tienes idea de cómo papá ha anticipado tu llegada —digo haciéndole espacio en el sofá junto a mí. Mateo alborota mi cabello al pasar detrás del mueble y camina hacia la cocina, donde mamá, otra vez, está preparando palomitas.

—También he esperado verlos. —Sonríe y se sienta a mi lado. Sus ojos pardos se posan en el libro que yace en mi regazo, obligándome a cerrarlo—. ¿Qué es eso?

—De la colección de mamá —digo encogiéndome de hombros—. ¿Cómo va la paternidad? —Sé que ha pasado una semana desde que los visité en su departamento (desde que él se mudó y yo empecé a trabajar, mi hermano y yo apenas nos comunicamos por teléfono), pero cualquier cosa que pueda detener a su perspicaz atención de preguntar más sobre el tema estará bien. Ella lo nota, pero como la buena cuñada que es, no hace comentarios al respecto.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora