Tener el corazón roto no es malo; día a día las pequeñas decepciones lo quiebran un poquito por lo que cualquiera puede tenerlo así en distinta medida. Como dije al inicio, no es tan malo, incluso puede servirnos para entender las situaciones desde una perspectiva más reflexiva. Sin embargo, tener el corazón roto, la autoestima por los suelos y el orgullo compitiendo con la dignidad por ver quién está a más metros bajo tierra es otra cosa. Esa triada de infelicidad justifica las gafas oscuras, el escaso maquillaje y las sandalias bajas que casi nunca uso, pero que hoy he decidido cargar.
—¡Llegamos!
Eso y el hecho de que empieza nuestro fin de semana en la casa playera de los Stuart.
Mamá y papá salen del vehículo bajando los bolsos y sacando de la cajuela el cooler con las bebidas. Yo arrastro mi oscura alma fuera del encerrado espacio y estiro mis articulaciones respirando el yodado aire de la playa.
«Podría hacer un esfuerzo por el mar y el sol», pienso esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción. Es cierto que mi humor es el peor hoy en día, pero no hay nada que muchos mariscos juntos no puedan curar.
—¡Ya están aquí! —saluda Carol caminando desde el porche del caserón junto a Elena. Mamá deja lo que está haciendo y acude a su encuentro en un caluroso abrazo—. ¿Cómo estuvo el viaje?
—Dos horas no son tan agotadoras —responde Gloria quitándose las gafas—. No sabes cuánto extrañé venir.
Ambas ríen y regresan a la casa tomadas del brazo. Elena niega con la cabeza y camina hacia donde estamos papá y yo para saludarnos.
—¿Cómo está Sarah? —inquiere cogiendo mi cartera y poniéndosela al hombro—. Extraño tener alguien con quien hablar entre descansos.
—Está mejor. Me hubiera gustado que vinieran, algo de aire fresco y mar les iría bien.
—Sí, bueno. Pero Mateo tiene muchas razones para tomarse tan en serio la paternidad —comenta con un deje de tristeza. Asiento—. Por cierto, ¿de qué funeral vienes?
La seriedad con Elena no es infinita. Volteo los ojos.
—Al menos la vieja Elena está de regreso.
—Es la playa, Sam. ¡Hay que ponerse locos! —Suficiente tengo con mi loco corazón, pienso. A nuestro encuentro acuden Joseph y Nicholas quienes salen del porche para ayudarnos con las cosas. Se saludan con papá efusivamente, y en cuanto a mí, el señor Stuart me acoge en un cálido abrazo y Nick emite un «bienvenida, Sam» sin más. No lo puedo culpar, aparte de que tiene los brazos ocupados con el cooler y demás cosas, lo dejé plantado una vez más. ¿Cómo podría esperar simpatía de su parte? Evito que mis pensamientos se vayan por esos dolorosos rumbos y me adentro en la cabaña para disfrutar de un buen fin de semana.
Una vez instalados en la cocina, Carol y Gloria se ponen a conversar de todo y nada —como si nunca salieran o se llamaran— mientras sirven el desayuno, y Joseph y papá destapan varias cervezas para celebrar nuestra llegada.
Elena aprovecha que cada quién está en su mundo para interrogarme.
—¿Me vas a decir qué te tiene así de ogra? —Brinco en mi puesto por su pregunta e inmediatamente busco con la mirada a Nicholas, quien asiente de vez en cuando a lo que dicen papá y Joseph. Me pongo nerviosa por pensar en tocar un tema tan delicado como este en su presencia.
—Te lo cuento después —susurro a mi mejor amiga, quien sigue la línea de mi mirada y asiente—. ¿Qué hay de ti? Te veo mejor de lo que estabas hace una semana.
Se encoge de hombros jugando con la comida de su plato. Luego levanta la mirada y me sonríe con simpleza.
—Tampoco es el fin del mundo, Sam.
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Sam y el amor (en pausa)
ChickLitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...