Miércoles. Tres días para que sea la boda. Dos para las despedidas de solteros. Una casa patas arriba y un novio descontrolado. Ah, y una práctica de la entrada nupcial postergada dos horas porque a Mateo le ha hecho daño el budín de manzana y canela que mamá y yo preparamos para la cena de las familias que tendremos después del evento. De los nervios se comió casi todo y ahora está encerrado en el baño. Como resultado: no hay postre ni novio. ¡Bien por ti, Mateo!
Papá y yo nos desesperamos por la tardanza y nos instalamos en el sofá a hacer zapping. Safira se sube al asiento con nosotros y se acurruca entre ambos sin dejar de mover la cola. Creo que ella también está impaciente.
—Gloria, ¿lo medicaste? —pregunta papá volteándose a ver a mamá que no deja de caminar por toda la casa haciendo quién sabe qué.
—Sí, cariño, pero no funciona. Son los nervios. Ya puse a hervir agua para el té —contesta regresando a la cocina. Mamá es enfermera pero también una amante empedernida de las infusiones y a pesar de que su profesión le exige usar medicinas, ella siempre encuentra solución en las hierbas.
Regreso mi atención a la pantalla y suspiro. A este paso, vamos a terminar cancelando la boda. Realmente me sorprende lo nervioso que lo puede poner un matrimonio hoy a sus veintiocho años. Quiero decir, no es el fin del mundo, es sólo una boda, la unión con la mujer que ama, el encarcelamiento de la libertad, el terror de los por siempre solteros... Bien, ya estoy exagerando. Pero ¡vamos!, es sólo una práctica. Si algo sale mal hoy, el sábado se enmendará.
Ojalá Mateo estuviera tan relajado como lo estoy yo. Podría cambiar su nerviosismo con mi calma para que enfrente esta situación, pero por desgracia no existe magia que lo permita.
Cambio el canal del noticiero y lo dejo en uno de telenovelas. Están pasando una novela árabe que atrapa mi atención por las bonitas prendas que usan las mujeres; las sedas, la pedrería y los colores. Me gusta el sonido que provocan sus accesorios al bailar. Fuera bueno que pudiera moverme así.
La escena cambia para mostrar a un hombre de tul blanco y barba espesa rodeado por una decena de mujeres que le adoran y consienten con devoción.
—¿Eso no es un...? —comento pero se me olvida el término que utilizan para ese tipo de poligamia. Miro al oso que tengo a mi lado en busca de respuestas.
—Un harem, Sami. El sueño de todo hombre —dice papá y mamá le propina un golpe en el hombro al pasar detrás de nosotros—. Han pasado treinta años y ella no entiende aún.
Mamá y yo lo miramos confusas.
—¿Qué cosa, cariño? —pregunta ésta en tono notoriamente desafiante.
—Que tú eres el único harem que necesito en mi vida —responde y mamá le sonríe satisfecha para luego besarlo. Yo volteo la cabeza.
—¡Vayan a hacer eso a otra parte! —digo lanzándoles una almohada. Ambos se ríen de mi niñería y regresan a sus cosas. Papá intenta ahogarme con la almohada mientras yo huyo de su abrazo de oso. Safira protesta molesta y salta al otro mueble.
En ese momento, Mateo baja con el rostro pálido. Me levanto y me le cuelgo del cuello.
—Hermano —digo fingiendo seriedad—, el matrimonio no te hace bien. Cancela la boda y quédate conmigo. ¡Pero por lo que más quieras no me dejes sola en esta casa, por favor! No sabes lo melosos que se ponen cuando están solos.
Mateo lanza un bufido.
—Sami, no estoy de humor —dice dejándolo claro—. En todo caso, consigue un empleo.
Me suelto del abrazo no correspondido y lo miro con actuada ofensa.
—Eres feo amargado —digo pero lo vuelvo a abrazar—. No importa si me dejas sola y desamparada o si te vuelves un gruñón como le eres ahora. Si eres feliz, yo aguantaré por ti lo que venga.
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Sam y el amor (en pausa)
Chick-LitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...