Escoger o rechazar.

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A las seis menos cuarto, la empresa está casi desértica, menos el departamento de contabilidad. Iker no se mueve detrás de su asiento en la mesa de conferencias y Vivian no deja de revolotear de un lado a otro revisando esto y aquello. Los demás empleados nos limitamos a nuestras computadoras y de vez en cuando a la cafetera del departamento, temiendo rasgar la tensión que el tiempo límite ha creado a nuestro alrededor.

Sentada en mi escritorio, estiro mis piernas dejando mis zapatos en el suelo, sintiendo la frescura entre mis dedos. Finalmente he terminado la parte de mi trabajo y nada más me detiene de ir a casa y felicitar al futuro padre.

—¿Terminaste, Sam? —inquiere Vivian pasando por mi cubículo con los lentes colgándole del cuello y el cabello alborotado. Asiento arreglando mis cosas y depositando en sus manos el resumen del balance—. Perfecto, mañana no olvides estar temprano, que estos números no se organizan solos.

Asiento nuevamente, guardándome un par de palabras que me dejarían mal parada en este momento. Echo mi cartera al hombro y me levanto para caminar hasta el ascensor, no sin antes despedirme con un ademán de mis compañeros. Iker no se inmuta, simplemente frunce el ceño al ordenador que tiene al frente. Vaya hombre.

Llego al pasillo donde está el ascensor —y donde más temprano había estado conversando con Lucy sobre mi amistad con Nicholas— y acciono el botón. La chica tomó a bien mis resumidas palabras sobre lo que significa para mí Nicholas (claro que no le dije nada sobre mis sentimientos, eso sería cruzar la línea de mis principios) y se limitó a no hacer preguntas cuando desvié el tema hacia mi sobrino feto. Algo que aprendí de Lucy hoy es que es fácil distraerla del tema principal, y qué bien se me da a mí hacerlo.

Bostezo mirando los números descender hasta llegar al mío. Mis ojos pesan y siento tensos los hombros. Repaso mentalmente mi horario, buscando un espacio para visitar un spa o un centro de acupuntura, pero antes de que pueda decidirme por el viernes de tarde o el sábado de mañana, las puertas del artefacto se abren revelando el rostro de la persona que menos quiero ver en mi vida. Y no, Rodrigo ya pasó a segundo plano. Hablo de Samuel.

—Oh, por Dios. ¡Me estás espiando! —Okay, lo admito. No es lo mejor que tengo pero es lo primero que se me ocurre decir al verlo. Díganme paranoica, pero no puedo esperar menos del hombre que sabe cuántas veces mastico mis alimentos.

—Hola, Sam. También me alegro de verte —sonríe al terminar de decir su saludo y se hace un lado para que yo pueda pasar al ascensor. Miro hacia la puerta de las escaleras de emergencia sopesando si esperar el siguiente elevador o bajar por ahí, cualquier cosa que no implique una conversación incómoda con Samuel—. Te prometo que no estoy aquí para verte, pero tampoco me haría mal tu compañía unos minutos. —Y guiña el ojo.

—Es muy tarde para que puedas prometer algo —murmuro entrando, huir de él sería muy inmaduro—. De todas maneras, ya no creo nada de lo que digas.

—¿Aun cuando acerté sobre ti? —interroga ladeando la cabeza como un cachorrito. Desde ese ángulo sus ojos castaños se ven claros y bonitos.

—Digamos que la confianza cero que te tenía ahora está en números negativos —zanjo mirando cómo los dígitos pasan tan lentos sobre las puertas del elevador.

—Oh, por favor. Tú no me has dado la oportunidad de ganarme esa confianza. —Sus ojos me buscan pero yo solo soy capaz de apurar mentalmente a la planta baja aparecer frente a nuestras puertas. Luego de varios segundos que parecen interminables, llegamos a nuestro destino.

—Y tampoco te la daré —comunico sonriendo petulante. Salgo del estrecho espacio, sintiendo sus largas piernas pisar mis pies.

—Estás siendo difícil —dice a mis espaldas.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora