Samantha Ordenada Wilson Fuentes es mi nombre completo. Según mi acta de nacimiento, tengo un tercer nombre: Samantha Ordenada Siempre-Preparada Wilson Fuentes. Según mi licencia de conducir, ¡tengo cuatro! Samantha Ordenada Siempre-Preparada Perseverante Wilson Fuentes. En sí, eso es lo que soy: una mujer ordenada, preparada y perseverante, con ciertos arranques de emoción contenida y con unos brazos lo suficientemente fuertes para mantener mi dignidad por los aires.
«Aunque si hacemos memoria de los acontecimientos últimos, no ha habido brazos ni retroexcavadoras que puedan sacarla del hueco en el que se metió», pienso. Lo sé, no volveré a consumir laxantes.
El punto es que, todo —o casi todo— en mi vida tiene un orden y proceso: mi ropa, mi habitación, mis tareas diarias, mi dinero, el trabajo y mis vacaciones. Puedo decir con orgullo que he fallado poco en lo que me propongo y que, si existe la posibilidad de que algo no se dé, siempre tengo un plan B, C y D bajo mi manga. O un As —en lo particular, no me gustan las cartas.
Pero, como todo en la vida, nada puede ser perfecto. La satisfacción de tener todo previsto y terminar a tiempo lo que me propongo no puede darse al cien por ciento, tal y como garantizan los manuales para alcanzar el éxito. Para todo hay una excepción que confirma la regla. La mía es el amor.
El amor y todo lo que él conlleva. Por ejemplo: mis sentimientos.
Pasado el primer escandaloso día de trabajo, no puedo decir que los siguientes tres fueran la maravilla que había idealizado semanas atrás. Las personas me reconocían en los pasillos y evitaban reírse de mí mientras me miraban. Sin embargo, no dejaban de hacerlo a mis espaldas. En circunstancias normales, me hubiera colmado de paciencia y hubiera reído con ellos murmurando un «a quién no le ha pasado», pero en las circunstancias actuales, la paciencia es lo que menos tengo. Y no, no porque mis compañeros de trabajo —incluyendo a mi exnovio-jefe— se pongan rojos de risa cada que me ven, sino porque entre Nicholas y yo no ha sucedido más que un «hola, ¿se encuentra tu jefe?». ¡Como si fuera mi trabajo avisarle si está mi jefe y no el de Lucy, la recepcionista de planta! En fin, eso ha pasado.
Desde aquella noche, Nicholas y yo no hemos tenido el momento perfecto para esclarecer la situación, y las mil preguntas y escenas de cómo sería nuestro siguiente encuentro me han tenido al borde de la silla. Lo he visto una decena de veces y hemos saludado uno que otro par, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, eso es lo que me desespera: ¡que al parecer, nada ha pasado! Juro que intento no correr hacia él y preguntarle por qué está tan tranquilo, mientras yo me estoy comiendo las uñas de la curiosidad.
Una parte de mí me pide que olvide el tema y no lo convierta en una novela barata en la que dos mejores amigos se enamoran y son felices, para luego romper y no volverse a hablar; ¡no es eso lo que quiero! Sin embargo, la otra parte —el diablillo fucsia que vive en mi mente desde que tengo conciencia— me incita a indagar sobre lo que el lunes por la noche empezó, e hincar hasta ver cómo termina.
Como he dicho, mis sentimientos son difíciles de controlar.
Por lo que, al quinto día de trabajo, los empleados que me rodean se siguen riendo con menos intensidad que el lunes, Iker ha empezado a mostrar una faceta maligna que creía desconocer pero temía encontrar, y Nicholas va por la vida presionando el claxon de su nuevo auto de colección. ¿Y yo? Yo solo tengo un manual sobre corazones rotos encima del escritorio, pidiéndome a gritos que lo abra y busque la forma de saciar mi curiosidad sin ser paranoica. Sin embargo, mi orgullo grita: «¡No, Samantha! ¡Has llegado al límite de solicitudes de ayuda que le puedes hacer a un manual de psicología barata!».
Miro al libro, mi teléfono y el manual de reglamentos de la empresa consecutivamente. ¿Qué se supone que debo hacer?
Nicholas entra a mi área de trabajo y empieza a hablar con Vivian, mientras esta le muestra unas hojas y niega con la cabeza.
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Sam y el amor (en pausa)
ChickLitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...