Pasar por alto el hecho de que casi rapto a un stripper en la despedida de soltera de mi cuñada hace más de una semana es fácil, pero hacer como si Nicholas no me hubiera seguido hasta abrazarme y susurrarme «yo también» después de desearle que fuera feliz es totalmente distinto. ¡Para eso no hay manual! Cuatro días han pasado y yo todavía sigo preguntándome a qué se refería con eso. ¿Él también me desea felicidad o él también quiere ser feliz? ¡Ay, la curiosidad!
Sopeso las opciones que tengo: uno, voy y le pregunto qué significa eso; o dos, olvido para siempre ese recuerdo y hago como si nada hubiera pasado.
La segunda opción es menos arriesgada. Aunque en realidad, no es algo que tenga mucha importancia, ¡no debería ni darle vueltas al asunto porque no fue nada del otro mundo! Él y yo estamos acostumbrados a esos extraños gestos de vez en cuando, por lo que no debería estar retumbando en mi cabeza. Pero lo hace, y tengo una sola explicación para ello: aquella noche tomé bastante y estaba pensando demasiado en él (no como un simple amigo). Tal vez en otras circunstancias no me afectara tanto como ahora, pero mis emociones están revueltas igual que una ensalada de frutas y no hay ni saco de arena que las ponga en su lugar.
Doy un largo suspiro y poso la cabeza en el volante con fuerza, aplastando el claxon en el acto.
—¡Ya voy, ya voy! —grita mamá desde la puerta de la casa y volteo a verla: se viene poniendo los aretes y trae, además de su cartera, el neceser—. ¡Pero qué impacientes que estamos! Mateo nos puede esperar un poco, Samantha.
—Lo siento, má —digo poniéndome el cinturón de seguridad y encendiendo el vehículo familiar—. ¿No te has terminado de maquillar?
Ella niega mientras se pone color en las mejillas.
—Tenía que dejar apagado el gas y preparado el té para cuando volvamos —responde con voz entrecortada. Volteo a verla por unos segundos y la descubro poniéndose el rímel—. Mira al frente, Samantha, que nos chocamos.
Regreso la mirada a la calle y freno en un rojo. Ya que temporalmente estoy desempleada —los de Textiles S.A. aún no han llamado para confirmar si estoy contratada—, soy la chofer oficial del hogar, por lo que voy a dejar a papá y a mamá al trabajo y me encargo de los mandados. Es más, en este momento estoy en una misión: recoger a Mateo y Sarah en el aeropuerto. ¡Los recién casados por fin llegan de su romántica luna de miel!
El teléfono de mamá suena y ella contesta.
—Sí, Ana, estamos yendo a ver a los chicos —dice a su consuegra—. Calculo que en media hora estamos allá —mira el reloj digital del carro y asiente—. Sí, Hugo irá más tarde. Ajá, sí, sí, claro. Está bien, querida, allá te veo.
Y cuelga.
—¿Qué dijo? —pregunto mirándola de reojo.
—Ya están todos allá, sólo nos están esperando a nosotros.
Asiento y conduzco lo más rápido posible para estar a tiempo. La mamá de Sarah, Ana, organizó una fiesta sorpresa de bienvenida para los recién casados y ha puesto a todos de cabeza con los preparativos. Al principio se suponía que sería una reunión familiar, pero luego de que Ana diseñara la lista de amigos y conocidos, se armó un fiestón, por lo que cada uno adquirió una misión y la de los Wilson es llevar a los novios sanos y salvos hasta el departamento de Sarah (temporalmente el hogar del nuevo matrimonio).
Quince minutos después, estaciono afuera del aeropuerto y mamá se baja para localizar a mi hermano. Apago el carro y la sigo.
—¡Mateo, Sarah! —grita mamá cuando los alcanza a ver y camina hasta ellos con los brazos extendidos. Mateo deja las maletas en el suelo y abraza a mamá, luego se le une Sarah y los tres quedan rodeados por los enormes brazos de mi hermano.
ESTÁS LEYENDO
Sam y el amor (en pausa)
ChickLitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...