Sexto romance: el poeta.

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Regresamos de la finca en una hilera de vehículos. La casa, que al dejarla quedó vacía, ahora está repleta. La compararía con la caja de zapatos para bebé en la que Safira siempre intenta acurrucarse pero que, debido a su reciente sobrepeso, no puede ocuparla. Así. Y es que somos muchos en este reducido espacio: Ana y Leonel Lucas, los padres de Sarah; Fernando, Michael y Carlos, los enormes hermanos de Sarah y sus respectivas esposas, Isabel, Lorena y Gabriela; Sarah; nosotros, los Wilson y por último, Safira, la más encantadora de todas.

El calor de las tardes de verano más la cantidad de personas que están reunidas en nuestro salón hacen que la casa se vuelva de alguna manera acogedora. Sus risas y conversaciones provocan en mí una extraña felicidad hogareña que sólo las navidades en las que nos reunimos con la abuela o los cumpleaños celebrados con todos los tíos y primos me producen.

Mamá me llama para que ponga la mesa mientras ella calienta el pavo que dejó sazonado unas horas antes. Sarah intenta unirse a nosotras pero mamá se rehúsa, diciendo que la novia debe ser bien atendida en casa del novio, algo contradictorio a lo que la abuela le enseñó sobre las mujeres ayudando en casa de sus esposos. Me alivia que ella no esté aquí sino, se armaría la grande.

Una vez servida la cena, mamá los llama a todos y el tropel se posiciona en la enorme mesa del comedor (de uso exclusivo para este tipo de reuniones). Las conversaciones no se apagan en ningún momento; los hombres hablan de política o deporte, y las mujeres cotillean sobre la boda que se celebrará el sábado. Yo no puedo estar más contenta de tenerlos aquí pues, después de que se vayan, quedará la nostalgia y el silencio.

Papá se levanta haciendo sonar su copa y los murmullos cesan.

—No creas que me quedaré sin el gusto de brindar —dice mirando a Mateo. Los demás reímos con su broma pues, como Nicholas es el padrino, a él le corresponderá dar el brindis—. Hijo, seré franco: estoy orgulloso de ti.

Mateo esboza una sonrisa de agradecimiento y asiente. Aunque papá ha dicho poco en su apenas iniciado discurso, su mirada delata todo lo que las palabras no logran transmitir.

—Eres un extraordinario hijo, un incondicional hermano, un excelente abogado y confío que serás un maravilloso esposo. Nunca he tenido que hacer mucho por ti porque has sabido manejarte a tu manera, de lo cual me alegro —más risas—. Pero permíteme que haga algo hoy por ti.

Mateo asiente y Sarah toma su mano mirando con adoración el semblante conmovido de su futuro esposo. ¡Cómo nos pone sensibles mi hermano!

—Cuando cruces esa puerta, ya no como nuestro Mateo Wilson, sino como Mateo Wilson, el esposo de Sarah Lucas, llévate este consejo contigo: no temas amarla.

Mateo lo mira extrañado.

—Sí, sé que nos has profesado tu amor por Sarah desde que la conociste —comenta papá poniendo en evidencia a Mateo, el tomate que tengo por hermano—. Pero eso no es todo. Cuando son novios las cosas son fáciles. Sí, fáciles, no me pongas esa cara. Pueden romper y volver cuando quieran. Puedes regalarle una rosa y darle una serenata y ella podría perdonarte, o dejarte si es que no te soporta.

Sarah se ríe y le da un apretón travieso a Mateo.

—Pero casados... ese es otro asunto —continúa el mayor de los Wilson—. El matrimonio no es una empresa sencilla. No puedes simplemente decidir casarte hoy y mañana divorciarte. No puedes decidir ignorar los defectos de tu esposa porque no te gustan y sólo adorarla por la bella faceta que te muestra cuando está de buenas.

Aquí da una pausa y toma la mano de mamá, que está sentada a su derecha.

—Tienes que amarla y hacerlo por completo, porque eso es lo que has decidido al unir tu vida con ella. Amarla en las buenas y mucho más en las malas. No tengas miedo de adorar sus defectos, después de todo son parte de ella. No temas amar lo que todavía no conoces de Sarah, porque créeme, aún no la has visto cuando está enojada.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora