En otras circunstancias.

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—Entonces, ¿en qué parte del reglamento dice que está permitido para los empleados llegar con dieciséis minutos de retraso?

«En la parte donde el sol no te llega», respondo mentalmente.

El fin de semana se esfumó en un suspiro, para mi desgracia. En otras circunstancias (sí, me refiero a las circunstancias en las que tenía controlada mi vida, mi cabeza y mis hormonas) habría estado feliz de que ya fuera lunes, y por lo tanto, entrar a mi trabajo soñado. Pero no son las circunstancias, porque; uno, nada está bien conmigo en estos momentos; dos, no me aprendí todo el bendito reglamento como dije que haría y; tres, la reserva de paciencia con la que nací está por terminarse. De ser así, a los veinticinco habré cometido un asesinato y no llegaré a los veintiséis para concretar una masacre.

«Estamos muy oscuras hoy, ¿no Sam?», ¡pero no podría ser de otra manera! Después de la desastrosa cita no cita con Samuel, doy por sentado que cada encuentro con él no causará más que revuelo en mi útero y mi humor. ¡Sí, volvemos a los días coloridos y a mis enormes ganas de matar a medio mundo! Tengo que plantearme cambiarme de país o de planeta si eso soluciona ese pequeño problema.

—En el artículo cuarenta y cinco del inciso B de la sección del empleado, se concreta que está permitido ingresar al área de trabajo con quince minutos de retraso, contando cada tres retrasos como una falta, y siendo diez de estas —consecutivas— la pérdida del empleo con la posibilidad de presentar justificaciones que ingresen dentro de la clasificación permitida. —¿Pero quién dijo que no alcancé a leer la primera parte? ¡Já, punto para Samantha!

Sin embargo, Iker me mira con el entrecejo fruncido. ¿Fue muy pronto para festejar?

—Eso no responde mi pregunta, Samantha —sisea y luego mira su reloj—. Estás poniendo en juego tu puesto como contadora en la empresa.

Tenso los labios en una línea, impidiendo al suspiro de rendición salir por ahí. ¡No, no me voy a rendir ante nadie, peor aún ante mi jefe-exnovio!

—Ha sido solo un minuto —respondo con la barbilla apuntando al cielo—. Además, es de buenos y morales jefes pasar por alto pequeñas faltas ante un empleado que ha sido pulcro y conciso con sus acciones dentro de la empresa.

«De humanos quise decir, ¡de humanos, Iker!», porque sí, Iker se portó como todo menos como humano en mi primera semana de trabajo (o los últimos tres días), y al parecer, piensa que es la mejor manera de empezar este lunes.

—Eso queda a mi juicio, Samantha —comunica cruzándose de brazos—. Reúnete con Vivian para que concretes tus actividades semanales. Hablaremos después de tu falta y tu castigo.

Y así, sin más, como toda una diva, se va. Si no fuera porque tenemos un historial romántico nada bonito, pensaría que Íker me envidia por ser mujer.

Resoplo, finalmente dejando ir la incomodidad, y me yergo para caminar hasta Vivian con hombros bien rectos. Nadie tiene por qué enterarse de que tengo los humos de perros ni que mi vientre está cometiendo la masacre del siglo.

Encuentro a mi segunda jefa hablando por teléfono con su escritorio lleno de papeles. No es desconocimiento mío que por ser fin de mes, el departamento de Contabilidad está ardiendo como lo haría Troya; impuestos por aquí, roles de pago por allá, estadísticas más acá, análisis de datos por ahí. Se me acaban los adverbios de lugar para enlistar las actividades que hay que hacer. Hago una seña a Vivian y ella me muestra su palma para avisarme que espere. Asiento y volteo a ver el lugar, encontrándome con Lucy en la recepción, sonriéndome pícara.

«Que no venga, que no venga, que no venga...», pienso con desesperación. Lucy es linda y agradable, pero también es parlanchina y curiosa, y sé, que después del sábado y el malentendido que tuvo, no reparará en la cantidad de preguntas que hará. Pero como Vivian no tiene apuros en atenderme y me encuentro parada sin oficio que hacer, Lucy aprovecha la oportunidad para acercarse.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora