Tercer romance: el inseguro.

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Es lunes por la tarde y Elena ya está en la casa «dándole la bienvenida a papá y mamá». Esta última y ella empiezan una interminable conversación sobre lo lindo que es el Caribe y la preciosa ropa que puedes usar ahí. Yo ya escuché esa perorata la semana pasada, por lo que me dedico a sacar un postre de chocolate y arándanos de la refrigeradora sin intenciones de intervenir en la plática. Lo corto por pedazos, les sirvo a ambas mujeres, y luego llevo otras dos porciones a la sala, donde Mateo y Nicholas conversan del trabajo. Mi hermano es abogado —al igual que papá— mientras que Nicholas va por el camino de la administración de empresas —al igual que el suyo. Tienen mucho que discutir.

—¿Lo preparaste tú? —pregunta Nicholas dirigiendo su atención a mí cuando prueba el postre.

Asiento con una sonrisa triunfal mientras me siento en uno de los muebles frente a ellos.

—Mamá y Sam terminaron un curso de postrería hace unos meses y desde entonces, nos tienen viviendo del dulce —comenta mi hermano. Le lanzo una almohada.

—Si te quejas una vez más, le contaré a Nick lo que el exceso de azúcar te provoca.

Mateo lo considera con el ceño fruncido y asiente.

—Por cierto, ¿has encontrado trabajo? —pregunta Nicholas. Giro mi cabeza en su dirección y niego.

—He presentado mi currículo a varias empresas, pero no me han dado respuestas. Supongo que no califico o no están recibiendo carpetas.

—Debe ser lo segundo —interviene Mateo comiendo el postre—. No podrías no calificar con los tantos cursos que has hecho.

Matt tiene razón. Desde que entré en la carrera de contabilidad y finanzas, tracé mi meta en el mundo de los números y el negocio. Siempre me han dicho que la competencia es enorme y que para eso, tendría que ampliar mis conocimientos, por lo que durante los años de universidad, fui haciendo cursos de inglés, mandarín, cultura universal e incluso historia. No sé si estos dos últimos me servirán, pero mejor es estar preparada.

—Debe ser la inexperiencia laboral —digo suspirando—. Desde que me gradué sólo he tenido un trabajo y ni lo podría considerar trabajo realmente. Sólo era una pasantía que duró tres meses.

Nicholas me queda mirando pensativo y luego hace un ademán para desechar mi teoría.

—En estos tiempos las empresas están optado por este sistema para noveles. Reciben gente sin experiencia laboral y con ideas frescas que conozcan de lo que está en tendencia —dice como si nada—. En la empresa de papá han tomado esa iniciativa.

Joseph Stuart ha trabajado desde joven en el comercio, y hace unas décadas formó una sociedad con unos amigos creando así una empresa de indumentaria. No es de las más grandes del país, pero en pocos años ha tenido el éxito que muchos empresarios nuevos desearían tener, y eso es decir bastante. Si ellos me dieran la oportunidad de trabajar en la compañía, sería un logro para una recién graduada como yo y más que nada, me ayudaría a conseguir mi propio departamento y establecer un orden en mi vida. Esta chica grande ya quiere su independencia.

Y es que en realidad trabajar y ser productiva es lo mío. No tengo el coeficiente intelectual de Einstein, pero soy aplicada y me encantan los números. En la universidad me encontré en todo mi esplendor cuando estos fueron lo único de lo que me tenía que preocupar (literatura y química no se llevan conmigo). Me apasionan las sumas, las cuentas, las estadísticas y todo lo que englobe cifras, por lo que incluso mis compañeros me veían como una rara. Lo que pensaran ellos de mí, no me importó antes ni ahora, porque nada se asemeja con la satisfacción de terminar un trabajo bien hecho en el tiempo planteado. Me enorgullezco de decir que nunca he dejado una tarea sin finalizar, aunque esta me dejara sin dormir o comer. ¡Fuerza de voluntad!, es mi lema. Y precisamente eso fue lo que me llevó a terminar con mi tercer novio.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora