Inocente confesión.

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Después del bochorno acaecido en la calle de la empresa, me fui a mi casa y descargué mi frustración y vergüenza en el saco de box de Mat. Pero eso no basta para amainarme, por lo que, horas más tarde (y después de una larga ducha), decido que la solución está en salir. Llamo a Elena y le propongo la idea. En primer lugar, le debo una disculpa enorme a Jerry y qué mejor que ir al bar en el que trabaja por la noche. Y en segundo lugar, necesito refrescarme. ¿He sido muy obvia al quedarme parada sin tener nada que contestar?

Niego con la cabeza en un intento de alejar el recuerdo de mi mente y me miro en el espejo. Top negra, jeans ajustados, tacones a juego y maquillaje al punto. ¡Voilá, estoy lista!

Sin embargo, Elena no lo está y eso es muy grave considerando que ella es amante de la puntualidad.

—¿Qué te toma tanto, Lena? —pregunto desde afuera de la puerta de mi baño. Ella gruñe algo inentendible y segundos después sale luciendo un vestido ceñido al cuerpo color azul marino y tacos negros.

—El cierre se trabó —señala su espalda y yo acudo en su ayuda—. ¿Por qué de todos los fines de semana, tuviste que escoger este?

—¿Tenías planes? —pregunto concentrada en el cierre.

—Sí y no —murmura sumiéndose—. Miguel tuvo que viajar por el proyecto de los hoteles y cancelamos la cita.

—¿Cita con?

—Con el obstetra —dice ahogándose por el vestido ajustado—. Vas a ser tía.

Subo de sopetón el cierre y ella se queja.

—¿¡Qué!? —increpo y estoy segura que hasta la vecina de la esquina me ha escuchado.

—¡Discreción, Samantha!

Mi boca sigue por los suelos, aun cuando Elena se echa a reír —con dificultad, por el vestido.

—¿Me estás tomando el pelo? —pregunto confundida.

—Sí, tonta —responde cogiendo bocanadas de aire—. ¡Es obvio que la cita era con él!

—Ah.

Elena se sigue riendo y yo la fulmino con la mirada.

—No es gracioso, Lena —refunfuño.

—Tu cara lo es. En fin, vamos que la noche nos espera.

Dejamos la solitaria casa (mis padres, como casi todos los fines de semana, no están) y nos subimos en su carro para viajar bastantes cuadras hasta llegar al bar de Jerry (o el de su jefe, pero para nosotras es más de Jerry). Entramos y lo buscamos con la mirada. Al encontrarlo, saludamos con un ademán y nos sentamos en una mesa que está algo alejada de la entrada, pero cerca del pequeño escenario donde los músicos ya están tocando una que otra música ligera.

—¿No te apetecía salir hoy? —pregunto a mi mejor amiga levantando la voz para que me pueda escuchar.

—Días malos —contesta.

Asiento dándole a entender que sé a lo que se refiere y nuestra conversación queda suspendida por la aparición de Jerry.

—¿Qué les sirvo, guapas? —pregunta con su característica y ronca voz.

—Un buen macho como tú —respondo sonriéndole—. ¿Crees que si pido uno, me dan el otro gratis?

—Para tu desgracia, no me sirvo en bandeja —dice acercando su rostro a nosotras para que lo podamos escuchar mejor—. Me debes una, Samantha.

Elena me mira con una interrogante dibujada en sus ojos y yo le doy una sonrisa culpable.

—Lo sé —elevo la voz—. He venido por eso.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora