Nunca hagan una despedida de solteros el día antes de la boda: si la novia o el novio no terminan con resaca, lo más seguro es que la dama de amor sí.
Faltan dos horas para que empiece la ceremonia, y a pesar de que la maquillista ha hecho un trabajo espectacular con mi rostro y cabello, mi semblante delata el grave dolor de cabeza que tengo. Sonreír, voltear los ojos e incluso llevar este recogido son tareas difíciles de hacer en estos momentos.
Ajusto el salto de cama que cargo puesto y bajo hacia la sala, donde la profesional está trabajando en el rostro de mamá. La verdad es que pudimos haber ido a un salón de belleza pero Sarah se encargó de que ese no fuera ningún problema y envió una estilista a arreglarnos, por lo que en menos de dos horas ya estamos casi listas para la gran boda.
—¿Cómo luzco? —pregunta mamá cuando me oye llegar. Tiene un ojo abierto y el otro cerrado, lo que dificulta el trabajo de la maquillista.
—Como la madre del presidente —respondo y silbo ante su belleza. El cabello rubio cenizo de mamá está bien recogido en un moño bajo y sus ojos avellana son decorados por sombras en tonos ahumados, mientras que su piel tersa le da el aire de juventud que con los años no ha perdido. Cruzo los dedos deseando que entre mi herencia genética esté envejecer tan bien como lo hace ella, aunque no habría gran diferencia si me tocara esa suerte; compartimos el mismo color de ojos y tonalidad de piel. Lo único que nos hace distintas es el cabello y las cejas (yo obtuve las gruesas cejas de papá en versión femenina).
—Sigue halagándome Sami, así le ahorramos el trabajo a Nina de ponerme rubor en las mejillas —dice risueña mi progenitora haciendo reír a la chica que la está maquillando.
—Tus deseos son órdenes —hago una reverencia exagerada pero al erguirme todo da vueltas. Tengo que tomarme en serio la promesa de no volver a beber tanto alcohol.
—Querida, recuéstate en el sofá un rato. Estás pálida —recomienda mamá y yo le hago caso sin asentir porque otro movimiento más de cabeza y terminaré en el suelo—. ¡Hugo! —llama y papá aparece por las escaleras—. Tráeme el botiquín que tengo en el cuarto.
Papá asiente y va por su encargo. Cuando regresa, se lo da a mamá y esta busca unas pastillas para el malestar. Al encontrarlas, me las entrega con una mirada autoritaria.
—Tómalo sin rechistar, no vayas a arruinar la boda de tu hermano —reprende y yo me levanto a la cocina por un vaso de agua para pasar el trago amargo del medicamento.
No sé cuánto tiempo demoro, pero cuando la pastilla finalmente baja por mi garganta escucho voces en la sala y salgo a ver. Por la puerta entran Elena y Nicholas, ambos ya engalanados en sus trajes. Elena luce un vestido largo celeste con adornos en blanco y Nicholas parece el novio en miniatura que escogió Sarah para la torta. ¿Es mi impresión o está distinto? Hay algo en él que lo hace ver demasiado raro; tal vez sea mi resaca.
Después de saludar a mamá, Nicholas se excusa y se pierde entre las escaleras en busca de Mateo, mientras que mi mejor amiga se acerca a mí.
—Dios, Samantha. ¿Vas a una boda o a un divorcio? —pregunta Lena hincándome las mejillas.
—Te odio —bufo.
—¿Por no ser tan débil como tú? Te advertimos que pararas de tomar, pero nunca haces caso —dice aplastándome la cara con sus manos, haciendo que me duela hasta el cuello.
—Para, Lena —reclamo librándome de su agarre—. Se útil y ayúdame con el vestido.
—Claro, porque no sirvo para nada más que eso —dice burlona—. Vamos que la familia del novio tiene que estar antes que la novia.
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Sam y el amor (en pausa)
Literatura FemininaA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...